Dos años y medio después ha sucumbido Shanghái. China ha cerrado su pulmón financiero y mayor ciudad tras constatar que los encierros quirúrgicos en barrios y complejos inmobiliarios de las últimas semanas no habían embridado la pandemia. No es una decisión fácil ni inocua. Ha requerido un inédito cierre por fases porque ni siquiera China puede gestionar a 26 millones de personas en sus casas y serán necesarias semanas para medir la factura económica. 

El confinamiento que ha empezado a las 5 AM (hora local) en Pudong se alargará hasta el viernes. Entonces le relevará Puxi durante otros cinco días. El Huangpu, la cicatriz fluvial, marca el límite. A una orilla está la vieja y señorial Shanghái. La otra epitomiza el desarrollo de China: sólo había arrozales y mosquitos cuarenta años atrás y ahora se aprietan rascacielos. Los túneles y puentes que las unen está cerrados desde esta mañana.  

Ninguna de las ciudades confinadas desde Wuhan empatan en relevancia ni volumen con Shanghái. Se explican, pues, las reticencias a cerrarla a pesar de los inquietantes indicios. China sufre desde marzo un rebrote sin precedentes que cuenta por miles los contagios diarios cuando los anteriores no habían superado los centenares. Primero fue la provincia de Jilin, después la macrourbe meridional de Shenzhen y ahora Shanghái.

Sus autoridades habían ordenado en las últimas semanas encierros selectivos durante varios días con la esperanza de que amainara mientras desmentían los rumores sobre un inminente cerrojazo. Aún el sábado insistían en que la relevancia de Shanghái para la economía nacional e internacional imposibilitaba su cuarentena. Pero los tests masivos practicados durante las últimas horas revelaron que la expansión de virus había desbordado las expectativas más pesimistas.

Oficinas cerradas

El domingo se informaba de casi 3.500 nuevos casos, el 70% de los nacionales. Y pocas horas se anunciaba lo inevitable porque lo contrario habría atentado contra la política de tolerancia cero y generado comprensibles lamentos sobre la bula shanghainesa. 

Han cerrado las oficinas, sólo las actividades esenciales están permitidas y no funciona el transporte público. Las imágenes tomadas desde el aire revelaban esta mañana el asfalto vacío y ni rastro de la actividad febril cotidiana. También se han clausurado varios hospitales para destinar a su personal hacia las inminentes y masivas rondas de tests y varias instalaciones deportivas y centros de convenciones acogerán a los pacientes con síntomas leves o asintomáticos. 

Los ciudadanos de Pudong permanecerán en casa durante cinco días y los funcionarios de los complejos inmobiliarios acercarán la comida y otros bienes elementales. La medida llega con la paciencia castigada de algunos shanghaineses tras encierros que se alargaron más allá de los dos días prometidos. En las redes sociales se han volcado lamentos sobre el tardío envío de alimentos o su precio exagerado.

Frenético ahorro

Es paradójico que el tiempo y la experiencia no hayan mejorado la gestión de los confinados y que tras aquella excelente logística de Wuhan se hayan amontonado las quejas en encierros como el de Xian. Las estanterías de algunos supermercados de Pudong estaban ayer vacíos por el frenético acopio. “La gente está cansada”, certifica por teléfono Liu, empresaria treintañera y residente en Puxi. “Hace sólo unos días nos dejaron salir de casa y ahora nos anuncian otro encierro para el viernes. No sé si merecen la pena estas interrupciones de la vida diaria por una variante que es mucho menos dañina que las anteriores”, señala.  

La variante ómicron sigilosa ha devuelto el debate sobre la fecha de caducidad de la política de tolerancia cero. Sus síntomas más leves y su periodo de incubación más corto dificultan la identificación de contagiados incluso para un sistema tan engrasado como el chino. Tampoco su mortalidad, con dos fallecidos en la presente ola, parece justifica los excesos.

Pero la reciente experiencia de Hong Kong, donde la escasa vacunación de la tercera edad disparó las víctimas, desaconseja la laxitud. La China continental exhibe una tasa de vacunación del 87 %, muy meritoria si consideramos que es voluntaria, pero considerablemente menor entre los ancianos. Más de 50 millones de los mayores de 60 años carecen aún de pinchazos y sólo el 54% ha recibido el de refuerzo.