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Rusos en el exterior: “Estamos empezando a sentir el odio a nuestro alrededor”

Alina U., rusa residente en Vigo, hace un llamamiento masivo para frenar la opresión a la que se les somete en Europa tras el estallido de la guerra | Denuncian que sus hijos están sufriendo “bullying”

Alina en la plaza de Compostela de Vigo, ayer. | // ALBA VILLAR

El pasado 23 de febrero muchas familias rusas celebraban en sus casas el tradicional brindis que conmemora el Día de la Defensa de la Patria –antes, Día del Ejército Rojo–, nada fuera de lo normal si ese chin chin no llevase aparejada una frase que los mayores repetían cada año en este día tras la 2ª Guerra Mundial. Tras el choque de vasos: “ojalá no haya guerra”. Cuatro horas después, Rusia invadía Ucrania por la fuerza. Paradójico. Simbólico. El pasado sábado miles de ucranianos repartidos por toda Europa, también algunas decenas de rusos gritaban “Paz” en las plazas en un intento desesperado de hacer recapacitar a un Gobierno, el de Putin, que lleva “vendiendo caro el rechazo a una posible guerra”. Una invasión militar que en Rusia está prohibido considerarla y nombrarla como tal.

Los medios de comunicación rusos son penalizados si usan la palabra ‘guerra’ en alguna publicación, tertulia televisiva o radiofónica. En 2015, tras la primera ocupación ucraniana en Dombás, se decretó por ley la falta de obligatoriedad por parte del Ministerio del Interior ruso a rendir cuentas sobre las bajas de militares en tiempos de paz. En Moscú, hoy, es tiempo de paz. La guerra a Ucrania se denomina en Rusia como “Operación especial de desnazificación y desmilitarización”. Hace tan solo dos días que el Gobierno ruso ha puesto sobre la mesa un anteproyecto de ley en el que todas aquellas personas que manifiesten opiniones sobre la “operación especial” contraria al dictado oficial serán castigadas con hasta 15 años de prisión.

Maltrato psicológico

Con este contexto, los rusos en el exterior están asustados. Tienen miedo. Los que son afectos al Kremlin y los que no. Alina U. (33), ciudadana rusa afincada en Vigo desde hace 10 años, lo tiene y mucho. Las lágrimas quieren brotarle en cada respuesta a preguntas sobre el sufrimiento de los ucranianos o sobre el futuro que les espera a su familia y amigos en Moscú. “Nada volverá a ser igual. Con nuestros vecinos ucranianos teníamos una lengua y un pasado en común. Pagaremos durante años esta locura con el empobrecimiento de nuestra sociedad”, apunta. Pero Alina no podía mantenerse callada ante lo que considera injusto. Esta profesora de español llora con sus alumnos al comienzo de cada clase. Y aunque ella ni sus hijos han sufrido incidentes, sí nota “una atención desmesurada hacia ella” desde el estallido de la guerra. “Las miradas, los comentarios aparentemente inocuos están ahí pese a llevar viviendo en el mismo sitio hace diez años. Somos rusos pero no responsables de lo que hace nuestro país. Lo peor se lo están llevando muchos de mis compatriotas tanto en España como en el resto de Europa. Sus hijos, que ni si quiera han pisado Rusia, están siendo sometidos a bullying por el simple hecho de hablar también ruso, de pertenecer a esa cultura. “Deberían dar charlas en los colegios sobre esto porque los niños no saben separar la propaganda de la información real”, advierte.

También denuncia la opresión que sufren los rusos que residen en otros países europeos como Portugal, Rumanía o Alemania, desde donde comparten en redes sociales los carteles de algunos bares o restaurantes en los que se informa que no se servirá a rusos en esos establecimientos. “Se supone que se está trabajando por la paz. Esa actitud solo conduce a la segregación, a fomentar el odio entre la población hacia un colectivo que no tiene la culpa de esa barbarie. Se están empezando a repetir comportamientos propios de la última Guerra Mundial. Están siendo maltratados psicológicamente en los lugares en los que ahora residen y eso no es justo ni humano”, lamenta Alina.

En restaurantes de Portugal, Rumanía y Alemania ya se cuelgan carteles de “No se sirve a rusos”

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Esta guerra lo ha cambiado todo. Las redes sociales –donde Instagram tiene una gran notoriedad en Rusia y los demás países satélites– muestran las consecuencias inminentes del conflicto en Ucrania: la fragmentación emocional entre los ciudadanos eslavos que habían dado una lección de civismo a pesar de la ocupación parcial de 2014. “Una amiga ucraniana posteaba estos días que dejará de hablar ruso. Me cuesta describir como me siento yo y mis compañeros aquí en Vigo. Mucho dolor. Nos tememos lo peor, pero queremos confiar en que esto acabará pronto. Solo quiero alzar mi voz y hacer un llamamiento a la empatía. Cada uno salió de Rusia un día hacia Europa para encontrar un futuro mejor. Insisto: no somos responsables, no tenemos la culpa”, concluye.

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