A mediados del pasado año se hablaba del misterio indio. La pandemia amontonaba cadáveres en el mundo desarrollado mientras un país con un sistema sanitario precario, hábitos higiénicos mejorables, ninguna medida de prevención y 1.400 millones de habitantes sólo había registrado un millar de víctimas. Ni siquiera la abundante juventud bastaba para explicarlo. Un reciente estudio lo ha conseguido un año después: no hay más excepción india que su pereza contable.

El estudio sienta que las muertes reales podrían alcanzar entre los 3 y los 4,7 millones frente a las 414.000 oficiales. No han escaseado en el mundo las trapacerías contables ni los fallecidos sin diagnosticar que escapaban de las estadísticas pero la India ha batido las proyecciones más alarmistas. "La realidad es catastróficamente peor. Está trágicamente claro que mucha gente, cifrada en millones y no en cientos de miles, ha muerto (…) Es la mayor tragedia humana desde la independencia y la partición", sientan las conclusiones del estudio elaborado por Arvind Subramanian, el antiguo consejero jefe económico del Gobierno, y el Centro de Desarrollo Global y la Universidad de Harvard. En aquel dramático episodio, hinduistas y musulmanes se mataron sin tiento tras la salida británica y la división entre India y Pakistán.

Los académicos han utilizado tres métodos. Primero, los datos del registro civil de nacimientos y muertes en siete provincias que contribuyen a la mitad de la población nacional. Segundo, los datos de seroprevalencia conjuntamente con las tasas de mortalidad globales y sin atender a aquella excepcionalidad india. Y tercero, una encuesta sobre el consumo económico familiar sobre casi un millón de personas. El estudio admite que los métodos por separado presentan carencias y la cantidad proporcionada "es vaga" pero es hasta ahora el fresco más fiable sobre los estragos de la pandemia.

Contra el sentido común

Las conclusiones modifican el relato. Hasta ahora se pensaba que la India salió de la primera ola con menos daños de los temidos y se hundió sin remedio en la segunda por el precipitado triunfalismo del Gobierno de Narendra Modi, que levantó las prohibiciones a los eventos deportivos, religiosos y políticos en contra del sentido común y las recomendaciones de los expertos médicos. De aquellos meses son las imágenes que impactaron al mundo: los cadáveres quemados en piras improvisadas, los hospitales desbordados, los enfermos que morían por falta de reservas de oxígeno, las desesperada búsquedas en el mercado negro de medicinas... El estudio concluye ahora que la primera ola fue mucho más letal a pesar del desinterés mediático. Hasta dos millones de personas podrían haber fallecido mientras el mundo le daba vueltas al misterio de una mortalidad del 0,2 % en contraste con el 2% global. "La India no fue un caso aparte", concluye el informe.

"Después de la primera ola, que se expandió más de lo que pensábamos, la India creyó que había escapado de lo peor debido a los muertos que nunca se contaron. Eso condujo a una cultura de autocomplacencia. Pero en la segunda ola, todas esas horrendas imágenes que vimos acabaron galvanizando a la sociedad", ha explicado Subramanian.

Las causas que explican los elefantiásicos errores contables son varias pero ninguna más capital que la ineptitud de las autoridades y sus prisas por reabrir la economía. También influyeron la precaria red de laboratorios para análisis, especialmente en las vastas zonas rurales, y el estigma que aconsejaba el silencio. Un estudio del pasado julio que midió los anticuerpos en Nueva Deli ya alertaba de que el porcentaje de los contagiados no era el del 1% oficial sino del 23%. Los epidemiólogos habían pronosticado en los últimos meses que las cifras de muertes nacionales podrían quintuplicar las reales pero nadie vislumbró la magnitud real del drama.