Han pasado solo dos días desde que los medios de comunicación dieran por cerrada la victoria de Joe Biden sobre Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos, pero han sido suficientes para poner de manifiesto las enormes diferencias entre el actual presidente y su sucesor a la hora de afrontar los problemas más imperiosos del país. Mientras el demócrata anunciaba un plan propio de los tiempos de guerra para movilizar todos los recursos necesarios contra la crisis del coronavirus desde su primer día como presidente electo, el republicano sigue ignorando una pandemia que está totalmente fuera de control para concentrar sus esfuerzos en litigar el resultado de los comicios. Una estrategia judicial que se está desinflando a marchas forzadas, a medida que los tribunales desestiman sus demandas por falta de pruebas.

Hay algo de justicia poética en el ocaso de la presidencia Trump. El neoyorkino ha sido fundamental para dar forma a la llamada época de la posverdad, la misma que está siendo ahora repudiada frontalmente en los tribunales, donde los rumores, las especulaciones y las teorías conspiratorias no sirven de nada a menos que vayan acompañadas de pruebas. "No es permisible que se dañe a la ciudad de Detroit cuando no hay pruebas para respaldar las acusaciones de fraude electoral", dijo la semana pasada el juez Thimothy Kenny para desestimar uno de los casos. Los republicanos sostenían que los miembros de las mesas se habían dedicado a "arreglar" en su contra las papeletas rechazadas por las máquinas que procesan los votos, algo que puede suceder si están manchadas o arrugadas.

Pero el juez dictaminó que las alegaciones se basaron en "meras especulaciones", entre otras cosas, porque la ley permite duplicar esas papeletas para que la copia pase sin problemas por el escáner y sea tabulada correctamente. Tampoco están fructificando las demandas para impedir que se complete el escrutinio al alegar que se habría impedido a los interventores republicanos acceder a los colegios electorales. "No se permitió el acceso a los interventores en los centros donde se contaron los votos", escribió Trump el sábado en las redes. "Cosas malas pasan cuando no se permite a nuestros observadores ver lo que pasa".

Acusación peregrina

Pero la acusación ha resultado ser tan peregrina que ni siquiera la han podido abanderar sus abogados. "Había más de uno en la habitación", reconoció uno de ellos en una corte federal. "Lo siento, pero ¿cuál es su problema entonces?", le respondió el juez. La estrategia está pinchando en todos los estados impugnados: Michigan, Georgia, Nevada, Arizona y Pensilvania. Y es que la campaña de Trump solo ha abanderado el fantasma del fraude allá donde ha pedido. Otros estados como Florida parecen haber celebrado unos comicios modélicos.

El presidente está callado desde el viernes, si se descuenta su incesante cacareo tuitero. Mantiene el apoyo de su partido, pero algunos poderosos aliados empiezan a saltar por el camino, particularmente a los medios de Rupert Murdoch, el magnate australiano que ha sido uno de los artífices de la posverdad al permitir que su universo mediático se convirtiera en una suerte de ministerio de Propaganda del trumpismo. Es gracias a 'Fox News' que millones de republicanos se hayan creído a pies juntillas la teoría del fraude o que vaya a pasar mucho tiempo hasta que se pueda restaurar la confianza en el proceso electoral. Esa misma cadena dio recientemente órdenes a sus periodistas para que eviten la etiqueta de "presidente electo" a la hora de referirse a Biden.

Pero la música empieza a cambiar. Tanto la Fox, como el 'New York Post' y el 'Wall Street Journal', el único medio respetable de la trena, le piden ahora a Trump que deje atrás la teoría "infundada" de las "elecciones robadas" y "abandone el cargo con dignidad". El presidente está furioso y hay quien dice que al abandonar la Casa Blanca podría crear su propio canal de televisión, algo así como MAGA TV, para mantener vivo a su movimiento y de paso ajustar cuentas con Fox robándole parte de la audiencia.

Cese del secretario de Defensa

Lo que han comenzado ya son las purgas en su Administración. Trump ha despedido este lunes a su ministro de Defensa, Mark Esper, un antiguo ejecutivo de la industria armamentística que llevaba en el cargo desde el 2018, cuando James Mattis dimitió en protesta por su decisión de retirar a las tropas de Siria. El destino de Esper estaba escrito desde que se opusiera públicamente en junio a los planes del presidente para utilizar al Ejército en las protestas antirracistas.

Para acabar de complicar las cosas, un mes después el Pentágono prohibió el despliegue de banderas confederadas en sus instalaciones militares en todo el mundo, una medida que se interpretó como un repudio implícito a las políticas de la Casa Blanca para preservar inalterados los símbolos racistas de la guerra de Secesión y los años de Jim Crow.

Y entre medio siguen contagiándose de coronavirus los miembros del Gobierno Trump. Tras el positivo de su jefe de gabinete, Mark Meadows, ahora le ha llegado el turno al secretario de la Vivienda, Ben Carson.