Cerca del 22% de los barrios de Río de Janeiro y su periferia están en manos de milicias armadas, formadas en parte por expolicías, militares y bomberos, según una investigación del Grupo de Estudio sobre la Nueva Ilegalidad de la Universidad Federal Fluminense (UFF) y el Núcleo de Estudios de la Violencia de la Universidad de São Paulo (USP) que pone número a una realidad cotidiana que afecta al llamado Gran Río, poblado por 12 millones de personas.

Estos grupos paramilitares nacieron al amparo de las mafias que controlan el "jogo do bicho", una lotería clandestina que mueve millones. Más tarde hicieron el salto a la extorsión: seguridad a los cariocas a cambio de dinero. También proveen a los ciudadanos de servicios informales de transporte, tele por cable, venta de gas y agua envasada. Incluso cobran por las consultas en hospitales públicos.

En algunos casos su presencia es sutil, pero en otros es totalmente abierta. La milicia está considerada como la segunda fuerza ilegal de Río. Solo la supera el Comando Vermelho, banda dedicada al tráfico de drogas. Hay otros grupos de narcos menores pero de gran calado. La policía ya habla de "narcomilicianos", en alusión a supuestos vínculos entre ambos mundos.

Las milicias se han convertido en parte integrada de la sociedad carioca. Tienen sus propios candidatos en los comicios locales de noviembre. Pese a la pandemia, los aspirantes no han tenido reparo en presentar sus candidaturas en las calles de la Baixada Fluminense con fiestas callejeras y cerveza gratis. En otros barrios, según el diario "Folha", los vecinos fueron convocados a una reunión en un bar o, en algunos casos, obligados a recibir en sus casas a los aspirantes. A veces se presentan como "benefactores" de la comunidad. Pero si eso no parece convencer a los electores, entonces llegan las amenazas: exigen votos a punta de pistola.

Según el sociólogo José Cláudio Alves, las municipales se convertirán en la "apoteosis" de los "paras". "El buen bandido es bandido muerto", suelen proclamar. Los discursos de la extrema derecha, habituales desde la llegada a la presidencial de Jair Bolsonaro y a la gobernación del estado de Río de Janeiro de Wilzon Witzel, no hacen más que favorecer la proyección de estos delincuentes.

Los conocedores de la realidad carioca suelen recordar las "relaciones peligrosas" entre las milicias y los Bolsonaro. Nada de lo que el presidente se sonroje. En febrero, la policía del estado de Bahía mató al jefe paramilitar Adriano Magalhaes da Nóbrega, a quien, en el pasado, Bolsonaro calificó de "héroe". Pero Nóbrega pasó a ser el "Capitán Adriano" en el submundo del crimen cuando se integró en una milicia llamada Oficina del Crimen. Se le relacionó con Fabrício Queiroz, exasesor del hijo de Bolsonaro, Flavio, hoy senador. Y se le señaló en la muerte en 2018 de la concejala Marielle Franco.