El presidente de EE UU, Donald Trump, ha acostumbrado desde que llegó al poder a sus tormentas en Twitter, pero las de las últimas horas han disparado el desconcierto. Desde que el lunes volvió a la Casa Blanca tras pasar cuatro días en el hospital militar Walter Reed por su contagio del Covid-19, el mandatario ha dejado un aluvión de mensajes frenético y también errático. Los de efectos más claros fueron los contradictorios sobre su posición ante la negociación en el Congreso de nuevos estímulos para afrontar la crisis económica de la pandemia, una misma de rechazo y apoyo que montó en una montaña rusa a las bolsas.

Nadie puede explicar por qué Trump, que el viernes, desde el hospital, instaba en Twitter precisamente al Congreso a trabajar para lograr el estímulo, anunció el martes por la tarde en la red social que había instado a su secretario del Tesoro a abandonar las conversaciones bipartidistas con Nancy Pelosi, la demócrata que preside la Cámara baja, asegurando que aprobaría las ayudas después de las elecciones del 3 de noviembre. El mensaje no solo provocó un derrumbe en los mercados, sino incredulidad entre analistas electorales sobre cómo algo así podía favorecer a la estrategia electoral del republicano, cuyas perspectivas se ensombrecen más cada día que pasa según las encuestas.

Unas horas más tarde, el mismo martes, y después ayer, Trump dio de nuevo un giro que esta vez animó a las bolsas invitando a negociar y aprobar no un gran paquete sino medidas individuales de ayuda, desde préstamos a pequeños negocios hasta 25.000 millones de dólares para aerolíneas y una nueva ronda de cheques de 1.200 dólares para los estadounidenses. Pero los mensajes contradictorios sobre el estatus de las conversaciones llegaban desde todas las esquinas de Washington.

La sensación de caos y frenesí se incrementaba con un torpedeo de tuits y retuits (al menos 50 en dos horas y media) con los que el presidente, al que no se ha visto públicamente desde el épico y polémicamente escenografiado retorno a la Casa Blanca, apuntaba a muchas de sus dianas conocidas: desde las acusaciones hacia Barack Obama de espionaje e intento de "golpe" a insultos a los medios o ataques a Joe Biden y Kamala Harris o el ya constante asalto, con fantasmas de fraude, al voto por correo.

Todo está enmarañado por las dudas y la cacofonía que salen desde una Casa Blanca cada vez más afectada por los contagios de su personal. Ayer, el asesor económico Larry Kudlow y el jefe de gabinete de Trump, Mark Meadows, se contradecían sobre si el presidente había acudido ya o no a trabajar al Despacho Oval. Aún en una fase de la enfermedad en que se le considera infeccioso, el presidente debería estar aislado. En el Ala Oeste se ha repartido un memorando con medidas de seguridad y protección para quienes suban a la residencia presidencial en el segundo piso o acudan al Despacho Oval.

El miedo de los empleados tiene explicación. Con la confirmación el martes de que Stephen Miller, un cercano asesor del presidente, también ha dado positivo, crece la lista de contagiados que confirman el 1600 de Pennsylvania Avenue y la órbita presidencial como un foco de contagio. Han dado positivo al menos 34 personas que trabajan con el presidente o en la Casa Blanca o que pasaron por ahí desde el acto de presentación de la jueza Amy Coney Barrett como nominada para el Supremo. "Es uno de los lugares más peligrosos del país", dijo ayer Pelosi.

Trump tuiteó el martes que está deseoso de participar en el segundo debate presidencial con su rival, Joe Biden, el día 15 en Miami, pero el demócrata replicó que "si (entonces) todavía tiene Covid, no deberíamos tener un debate".

Además, en un nuevo revés judicial, un tribunal de apelación dictaminó ayer que la Fiscalía de Nueva York puede exigir a Trump sus declaraciones de impuestos, una cuestión por la que el mandatario lleva un año enfrentándose al fiscal de Manhattan, Cyrus Vance.