Los asaltos de Donald Trump a la confianza en el sistema democrático de EE UU, a sus instituciones y elecciones, son un martilleo constante y alarmante. El golpe que le dio ayer, no obstante, cobra especial relevancia al llegar a solo seis semanas de las presidenciales y en un país polarizado y en elevada tensión social. Como ya hizo en julio en FoxNews, en una rueda de prensa el presidente de EE UU se negó a comprometerse con una transferencia pacífica del poder si Joe Biden gana esos comicios.

La declaración llegó el mismo día en que Trump reiteraba su interés electoralista en colocar antes de la cita con las urnas a una nueva jueza que solidifique una mayoría conservadora 6-3 en el Tribunal Supremo. Su abierta pretensión es que el Alto Tribunal resuelva las elecciones si los resultados son cuestionables, una duda para la que lleva meses abonando el terreno con declaraciones como las de los últimos días, cuando ha acusado sin pruebas a los demócratas de estar "orquestando un fraude". Sus palabras son otro elemento de politización que sacude la separación de poderes y la imagen, ya tocada, de independencia del judicial.

"Bueno, vamos a tener que ver qué pasa", dijo Trump cuando un reportero le planteó si se comprometía a una transición pacífica. Era lo mismo que había dicho en julio en la Fox, pero ahora Trump dispara en un terreno que ya ha minado con meses de asalto al voto por correo, un sistema más vital que nunca en medio de la pandemia de coronavirus. Trump añadió: "Las papeletas son un desastre. Queremos deshacernos de ellas", supuestamente una referencia solo a las de correo que demoniza.

La frase provocó rechazo inmediato de gente como Ellen Weintraub, integrante de la Comisión Electoral Federal. "En caso de que alguien no tenga claro el concepto: en EE UU no nos 'deshacemos' de las papeletas, las contamos. Contar las papeletas, todas las papeletas, es la forma en que determinamos quien dirige nuestro país tras nuestras elecciones. La única manera", tuiteó.

Numerosos republicanos se han desmarcado de Trump y se han comprometido a que no se romperán siglos de tradición democrática y, si hay transición y no continuación, será pacífica. Pero en declaraciones como la del líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell, no ha habido rastro de condena al presidente. Solo Mitt Romney usó lenguaje duro: "La transición pacífica de poder es fundamental para la democracia. Sin eso, tienes Bielorrusia. Cualquier sugerencia de que un presidente puede no respetar esta garantía constitucional es impensable e inaceptable".

Son los mismos republicanos, incluido Romney, que han garantizado a Trump los votos para la confirmación de la jueza que nomine para sustituir a la fallecida Ruth Bader Ginsburg, un nombre que anunciará mañana.

Trump tiene una urgencia en la que no enmascara su interés electoral. "Tenemos hasta el 20 de enero pero creo que es mejor si es antes de las elecciones porque creo que este 'timo' que los demócratas están haciendo , porque es una estafa, llegará ante el Supremo", dijo esta semana.

Mientras, los detractores de Trump no pierden ocasión de mostrar su descontento. Una multitud lo abucheó ayer durante su visita a la capilla ardiente de la jueza Ginsburg, instalada en el Supremo. "¡Votemos para que se vaya!", corearon los ciudadanos una y otra vez, hasta que Trump, que apenas guardó un minuto de silencio, se dio media vuelta, en compañía de su esposa, Melania, y se adentró en el edificio judicial para marcharse.