Australia carece de periodistas en China por primera vez en medio siglo después de la reciente y apresurada salida de los dos últimos. Decenas de periodistas extranjeros en China y chinos en el extranjero han sido expulsados en el último año, daños colaterales en las pugnas de gobiernos que ignoran la cortesía de no dispararle al pianista.

Bill Birtles y Mike Smith concluyeron a principios de este mes que ya no estaban seguros en China. Las relaciones bilaterales se deterioraban sin freno y meses atrás ya había sido detenida Cheng Lei, presentadora australiana de la cadena pública china en inglés, por el litúrgico y gaseoso cargo de atentar contra la seguridad nacional.

Cuenta Smith que había sido alertado por primera vez a finales de agosto por su diario, después de que este fuera contactado por su embajada, pero que no se inquietó en exceso por la falta de precedentes de periodistas extranjeros detenidos en China. "En los días siguientes recibí otra alerta directa de mi embajada para que abandonara China".

Compró el billete de avión pero la Policía se presentó en su domicilio la víspera del vuelo para informarle de que estaba siendo investigado. Las cancillerías pactaron que podría salir de China solo si aceptaba un interrogatorio. "No tenía nada interesante que decirles. Nunca sentí que la entrevista estuviera relacionada con la seguridad nacional, sino que era un proceso por el que tenía que pasar yo como parte de un juego político mayor relacionado con las tensiones entre China y Australia", concluye.

Pekín denunció que las autoridades australianas habían interrogado en junio a cuatro periodistas chinos y les habían confiscado ordenadores, teléfonos e incluso los juguetes electrónicos de sus hijos. Canberra no lo desmintió y aludió a "posibles interferencias extranjeras".

Los roces entre periodistas y policía en China no son extraños ni feroces. Pueden arruinarte un día de trabajo, quitarte el material o asustar a tu intérprete. Pero durante el proceso flota una tranquilizadora certeza: al periodista extranjero no se le pega. Es una apreciable deferencia porque al colega chino se le puede moler a palos y encarcelar con impunidad. El trabajo del corresponsal es árido pero no peligroso. Tras los artículos percibidos como hostiles llegan las invitaciones para "tomar el té" en el que le leerán la cartilla a su autor. Son códigos mínimos de convivencia con los periodistas extranjeros a los que Pekín ve como males necesarios.

Entre ellos figuraba el de no echarles. Este año, sin embargo, ya han partido 19 después de que se les cancelara o no se les renovara la imprescindible licencia de prensa. Es la mayor operación salida desde Tiananmén en 1989. El Club de Corresponsales Extranjeros en China ha denunciado el "constante peligro de expulsión" y señalado que "las prácticas coercitivas han convertido a los periodistas acreditados en peones de conflictos diplomáticos".

China expulsó a tres periodistas de "The Wall Street Journal" en febrero por un artículo de opinión titulado "El enfermo de Asia". Trump designó después a los medios chinos como "delegaciones extranjeras" para reducir su número y 60 periodistas hicieron las maletas. Y Pekín revocó licencias de insignes cabeceras como "The New York Times" o "The Washington Post". Este vaciado de periodistas llega cuando los canales de comunicación son más imprescindibles y más peligrosos son los compartimentos estancos.