El jueves de la semana pasada Joe Biden celebró un acto de campaña en Michigan para movilizar a los trabajadores industriales del estado, un estado de tradición demócrata donde Donald Trump ganó hace cuatro años por apenas 11.000 votos. Era la primera visita del demócrata a Michigan desde que conquistó la nominación. Pero el acto se redujo a una conversación, retransmitida en redes, con cuatro obreros sentados a metro y medio del candidato en el jardín de una casa. Ese mismo día Trump estuvo también en Michigan, pero el presidente volvió a reventar aforos con un mitin al uso en las pistas de un aeródromo. Técnicamente cabían menos de 2.000 personas, pero según el servicio secreto se acercaron a las 10.000. Todas hombro con hombro y con contadas mascarillas.

Las diferencias ilustran la actitud diametralmente opuesta que ambos candidatos han adoptado frente a la pandemia, reflejada en su estilo de hacer campaña. La cauta sobriedad de Biden frente a la temeraria despreocupación de Trump. Pero también valen para explicar la ansiedad que empieza a apoderarse de las filas demócratas al ver cómo los republicanos están en todas partes mientras su campaña se limita en gran medida al bombardeo publicitario en televisión, los bancos de llamadas y los discursos sin apenas público retransmitidos por videoconferencia. Trump ha hecho 13 visitas desde finales de junio a los estados donde se decidirán las elecciones. Biden, solo cuatro.

Mientras los simpatizantes del presidente llaman a un millón de puertas cada semana, los de Biden prácticamente no llaman a ninguna. Hasta bien entrado el verano el demócrata ni siquiera tenía directores de campaña en estados cruciales como Pensilvania, Florida o Michigan.

Biden sigue encabezando las encuestas, aunque su ventaja ha menguado en los estados bisagra. Tiene un problema de organización, pero también de entusiasmo y muchos demócratas creen que se está olvidando de sectores indispensables de su electorado. Bernie Sanders le llamó la atención esta misma semana: "Un mayor acercamiento a los jóvenes, la comunidad latina y el movimiento progresista sería de gran ayuda para su campaña". El líder de la izquierda no ha dejado de arrimar el hombro para ayudarle a ganar en noviembre, pero cree que debería dar más énfasis a su programa económico para ayudar a los trabajadores y los estudiantes.

Miedo a ser progresista

Por el momento, Biden parece tener miedo a sonar demasiado progresista, quizás para no dar credibilidad a la propaganda conservadora, que lo describe como una "marioneta de la extrema izquierda". Pero todavía se entiende menos la escasa atención que está dedicando a los hispanos, que por primera vez en estas elecciones serán la más numerosa de las minorías. Representan el 13% del electorado, pero son cruciales en Florida, Texas, Arizona o Nevada, todos ellos estados en juego.

Los hispanos apenas tuvieron protagonismo en la convención demócrata y hasta ahora Biden no les ha dedicado un solo discurso para hablar de los temas que les preocupan. Y aunque Trump se lo ha puesto fácil, por la retórica racista que ha empleado hacia los inmigrantes desde los inicios de su andadura política, las encuestas dan a Biden una menor ventaja entre los latinos de la que tenía Hillary Clinton a estas alturas en 2016.

"Si dejamos que cale la narrativa de que los asuntos que preocupan a esta comunidad en expansión no son una prioridad para nosotros, lo pagaremos en los próximos años", advirtió el excandidato a la Presidencia, Julián Castro. Biden tiene tiempo para corregir los errores. Solo falta que lo haga.