Sucedió a escasa distancia de la plaza de Bangalore y el parque de la Amistad de los Pueblos, en el norte de Minsk, un lugar icónico para la oposición de Bielorrusia por haber tenido lugar allí multitudinarios mítines electorales convertidos ya en hitos de la corta historia de esta pequeña república exsoviética. Hace ahora una semana, cientos de mujeres se enfrentaron a un grupo de antidisturbios que les bloqueaban el paso, logrando superarlos, aislarlos y hasta rodearlos gracias a una serie de movimientos envolventes que parecían sacados de un manual de estrategia militar.

Las imágenes tomadas desde lo alto han dado la vuelta al mundo, convirtiéndose en uno de los símbolos de una revuelta, que hoy cumple treinta días, donde las féminas han asumido el liderazgo y utilizan las lagunas propias de una sociedad patriarcal como la bielorrusa en beneficio del movimiento opositor.

"No, no teníamos nada preparado. Tampoco habían circulado por internet instrucciones sobre cómo superar a los antidisturbios. Presentíamos que la Policía había recibido orden de no tocarnos y decidimos aprovecharnos de ello, al fin y al cabo, vivimos en una sociedad patriarcal", relata para este diario, Yevguenia Dólgaya, una de las asistentes.

Su compañera Zhanna, quien prefiere mantener en secreto el apellido, corrobora la espontaneidad de lo sucedido y hasta se sorprende de la atención mediática recibida. "Todo sucedió hacia el final de la manifestación de mujeres. Ya habíamos superado a la Policía en varias ocasiones anteriores ese mismo sábado, la única diferencia es que allí había cámaras", afirma.

Si hay una mujer bielorrusa que encarna esa rebeldía y astucia ante un adversario a priori más poderoso, ésa es Nina Baguínskaya, una anciana de 74 años, cabello cano y gafas, que aparece encabezando, sábado tras sábado, las manifestaciones. La imagen de dos agentes arrebatándole a la fuerza la opositora bandera rojiblanca mientras ella forcejea con sus agresores también se ha transformado en icónica, siendo reproducida también hasta el infinito en las redes sociales.

Mezclando el idioma ruso con el bielorruso, Nina explica en un hilo de voz, a través del teléfono, que desafía a los antidisturbios a sabiendas de que "jamás golpearán a una mujer menuda y de mi edad". Y responde con una cita de William Shakespeare cuando se le recuerda que ya es en un referente del movimiento opositor: "La vida es un teatro y nosotros actores en ella".

Al igual que sucedió durante la campaña electoral previa a las controvertidas presidenciales, cuando Svetlana Tijonóvskaya, Verónika Tsepkalo y Maria Kolésnikova, esposas o ayudantes de candidatos encarcelados por el régimen unieron fuerzas para derrotar al presidente Aleksándr Lukashenko, ha sido la necesidad la que ha empujado a las mujeres a sumir el liderazgo de las protestas.

Y es que después de los primeros días de disturbios, en los que resultaron detenidas más de 7.000 personas, la mayoría de ellos hombres, muchas féminas constataron que si las cosas seguían por esos derroteros, tendrían las de perder. "Con los hombres no tenían contemplaciones, y las mujeres que esperaban ante las cárceles empezaron a hablar de salir a la calle, de hacer algo en favor de los suyos", explica Dólgoya. Siguiendo las instrucciones de la líder Tijonóvskaya, eligieron vestirse de blanco para sus actos "porque es el color de la democracia y de la libertad", continúa.

Desde entonces, un intenso sentimiento de repulsa hacia un sistema percibido como sexista y excluyente se ha instalado en las manifestaciones opositoras. Prueba de ello son las pancartas con las que muchos ciudadanos y ciudadanas salen a la calle, repletas de referencias sexuales: "Sasha (diminutivo de Aleksándr y referido al presidente Lukashenko), a ti ni siquiera te desean las abuelas", "Lucháis como una mujer", "Ésta es una manifestación de mujeres insatisfechas con la dictadura", podía leerse estos días en Minsk.

"En la URSS, la sociedad era profundamente machista, y Bielorrusia, como país que ha mantenido en mayor grado el sistema soviético, es el lugar donde más se han conservado los valores patriarcales", constata Carmen Claudín, investigadora asociada del "think tank" barcelonés CIDOB. "Y ello, pese a que la mujer soviética gozaba de un gran acceso laboral", subraya. Esta experta recuerda que "con contadas excepciones, las clases dirigentes en el espacio postsoviético han estado y están formadas por hombres. En el hogar, asumen su propio trabajo y el peso de las tareas domésticas".

El presidente Lukashenko encarna a la perfección este estado de cosas. Además de sus desprecios a las mujeres en sus declaraciones públicas, su vida familiar guarda gran semejanza con la de los secretarios generales del PCUS, quienes, con la excepción de Mijaíl Gorbachov, apenas se dejaban ver en público con sus cónyugues.

De hecho, Galina, la esposa legal del jefe del Estado bielorruso, permanece apartada de la luz pública en un pueblo de la región de Maguílov, junto a Rusia, y apenas existen imágenes de ella. Nunca se llegó a instalar en Minsk con su marido, quien ha tenido a su último hijo, Nikolái, con otra mujer.

La experta Claudín admite que lo sucedido en Bielorrusia podría constituir un ejemplo para los movimientos feministas en los demás países de la región, aunque prefiere ser prudente: "Eso dependerá de si la oposición acaba triunfando". En la espera del desenlace, más de cien mil personas volvieron a salir ayer a las calles de Minsk en una nueva manifestación dominical masiva para protestar por el presunto fraude en las elecciones del 9 de agosto. Lukashenko volvió a desplegar blindados en las calles y las detenciones fueron numerosas. Su número no se conocerá hasta hoy.