Con fuegos artificiales dibujando sobre el cielo de Washington la meta electoral del 2020 y un cantante de ópera en el balcón de la Casa Blanca se cerró el jueves la Convención Nacional Republicana, convertida en una oda exuberante a la figura de Donald Trump, el líder que ha convertido al partido de Abraham Lincoln en poco más que un culto a su persona. El presidente de Estados Unidos aceptó formalmente la nominación para disputar las elecciones de noviembre con la promesa de hacer a su país "más grande de lo que nunca fue" y presentarse como el salvador de la patria ante el peligro que representa Joe Biden. Un candidato demócrata al que describió como "el caballo de Troya del socialismo" radical que aspira, según dijo, a desmantelar el modo de vida americano.

Este fin de fiesta del cónclave conservador pasará a la historia, pero no lo hará por el discurso leído por Trump, demasiado largo y tedioso, sin el procaz entretenimiento de sus mítines, sino por su puesta en escena. Nunca antes un presidente había utilizado un edificio público tan sagrado como la Casa Blanca para ponerlo al servicio de su partido político durante una Convención, algo que según algunos expertos es sencillamente ilegal.

Pero eso es lo que hizo el neoyorquino en los jardines de la mansión presidencial, donde sentó a unos 1.500 invitados, casi todos ellos sin mascarilla y apretujados en las sillas. Todo un símbolo de cómo ha gestionado la pandemia de coronavirus.