Un problema de salud ha empujado a Shinzo Abe a renunciar como primer ministro japonés. Su colitis ulcerosa crónica ya le obligó a finiquitar su primer mandato en el lejano 2007 tras solo un año en el cargo. En el segundo se ha mantenido casi durante ocho, un récord de longevidad en un país que cambiaba de primer ministro como de cepillo de dientes. Hace apenas cuatro días superó la marca en el poder que había dejado su tío abuelo, Eisako Sato, más de medio siglo atrás.

Abe aclaró ayer que un chequeo reciente reveló el agravamiento de la enfermedad. Los rumores se habían multiplicado desde que permaneció ocho horas en un hospital y en cada aparición pública se escrutaba su aspecto para medir su deterioro. Empezará con un nuevo tratamiento y, para evitar una vacante al frente del país en medio de una pandemia, deja los bártulos.

Sostuvo Abe que su salud no le permite rendir con la eficacia exigida. Es el argumento que ya esgrimiera el emperador Akihito para abdicar dos años atrás y que le valió críticas desde la derecha más recalcitrante, muchas desde el partido de Abe. "En la política, lo más importante es conseguir resultados. Durante siete años y ocho meses, lo he hecho lo mejor que he podido pero ahora estoy en problemas por mi enfermedad (?) He perdido mucha fuerza y energía", añadió antes de disculparse por no haber resuelto las abducciones de japoneses por Corea del Norte.

Abe deja un legado irregular que exige de una perspectiva histórica para juzgarlo. Es indudable que dotó de solidez a un cargo tras media docena de efímeros y pusilánimes primeros ministros que no atacaron los problemas enquistados. Ha sido un líder fuerte, resolutivo y con convicciones que despreció la opinión pública cuando creyó que la reforma de la Constitución pacifista o el regreso de la energía nuclear eran necesarias. Volvió a la presidencia en los tiempos más áridos, reciente aún el desastre de Fukushima, con la amenaza norcoreana y el auge chino. Intentó reflotar una economía gripada durante dos décadas con sus célebres y audaces Abenomics, que aunaban estímulos fiscales y la relajación de la política monetaria. Pero problemas estructurales como el envejecimiento demográfico, sumados al coronavirus y la cancelación olímpica, hundieron a Japón este año en la recesión.

Conflictos vecinales

En la esfera internacional ha forjado un vínculo firme con Estados Unidos y provocado más de un conflicto con sus vecinos. China y Corea del Sur han percibido su arrepentimiento por las atrocidades del imperialismo japonés como tibio y sienten miedo por los últimos aumentos del presupuesto militar y la reforma de su ejemplar Constitución. El cargo le impuso mesura pero muchos no han olvidado que años atrás visitara con asiduidad el templo de Yasukuni, epicentro del nacionalismo japonés donde están representadas las almas de un puñado de criminales de guerra, o que desdeñara las condenas de tribunales internacionales como "la justicia de ganadores".

Abe deja el Gobierno con un índice de aprobación de apenas el 36%, lastrado por su dubitativa respuesta al coronavirus. El dominio de su Partido Liberal Democrático (LPD), sin embargo, no peligra por la descomposición de la izquierda. El PLD mantiene sus mayorías cómodas en las dos cámaras tras la aplastante victoria del pasado año y de sus filas saldrá el relevo de Abe