No son esos hombres de verde, soldados sin distintivos que empezaron a patrullar las calles de Crimea en 2014 poco antes de ser anexionada por Rusia y que a la postre se demostró que pertenecían a las Fuerzas Armadas rusas. Pero la intromisión del Kremlin en Bielorrusia es un hecho del que ya nadie duda y que, por lo visto hasta ahora, parece tener como primer objetivo el control del espacio informativo en la exrepública soviética.

Se trata, por un lado, de sustituir al personal local en los medios de comunicación públicos por "especialistas" llegados desde Moscú, y por otro, se trata de suministrar a la audiencia grandes dosis de "propaganda agresiva", según dicen desde la capital, Minsk, los despedidos y expertos en comunicación.

A por los medios

Paralelamente, trabas administrativas a los medios impresos independientes, similares a las que existen en el poderoso vecino del este, han comenzado a aplicarse.

Denis Dudinski presentaba un magacín en la televisión estatal, "¡Buenos Días, Bielorrusia!". Su colaboración acabó en junio, en pleno periodo preelectoral, cuando difundió por Facebook un mensaje de solidaridad con unos ciudadanos apaleados por la Policía cuando hacían cola ante un comercio de la capital, Minsk, en el que se vendía la bandera blanquirroja, insignia de la oposición. Al día siguiente, fue despedido.

Desde entonces, ha podido constatar importantes "cambios en la cobertura". En primer lugar, una cuestión semántica: "Nosotros llamamos a nuestro país (en ruso) Respúblika Belarus; ahora se utiliza Belarrossiya", que introduce la palabra Rusia en el nombre y que es utilizado "habitualmente" por los rusos. Además, Dudinski sostiene que las informaciones son "mucho más agresivas y con un marcado tono propagandístico", aseguran.