A juzgar por la actividad de Donald Trump en su cuenta de Twitter, los últimos días el tema fundamental en Estados Unidos no es la pandemia de coronavirus, sus brutales efectos sanitarios y el impacto económico que tiene a millones al borde del precipicio. A 100 días de las elecciones, la atención del presidente se ha centrado en buena medida en las protestas y enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas del orden que el pasado fin de semana han vuelto con intensidad y dureza y episodios de violencia en varias ciudades, incendiadas ahora por el polémico despliegue de agentes federales que Trump puso en marcha hace unas semanas en Portland (Oregón).

Ese nuevo elemento de protesta contra la presencia federal en las ciudades representa un arma de doble filo para los manifestantes, que corren el riesgo de que se difuminen las reivindicaciones por la justicia racial que dominaron el movimiento civil tras el caso de George Floyd.

También es arma de doble filo para Trump. El presidente está claramente alimentando el mensaje de "ley y orden" que ha hecho central en su campaña de reelección. Con el despliegue y las agresivas tácticas federales rechazadas con virulencia no solo por autoridades locales sino en las calles, y respuestas episódicas de vandalismo y violencia, ha conseguido que se creen las imágenes de "anarquía" que supuestamente eran contra lo que luchaba inicialmente. Y es una especie de profecía autocumplida, como ha dicho Jenny Durkan, la alcaldesa de Seattle, una de las ciudades donde los incidentes han escalado el fin de semana.

Trump refuerza ese mensaje denigrando a todos los manifestantes como "anarquistas" o acusando a grupos ciudadanos como "el muro de madres" que ha tratado en Portland de proteger a manifestantes de ser "un timo". Como viene haciendo desde hace meses, acusa a su rival demócrata, Joe Biden, de abogar por eliminar la financiación a la policía o de apoyar o defender a los violentos. Su campaña se ha gastado ya 26 millones de dólares en emitir un anuncio de una sociedad sin policía.

El mandatario enfrenta, sin embargo, riesgos. Uno es que se identifique la tensión disparada con su presidencia, aunque él se esfuerce en responsabilizar a autoridades locales demócratas de lo que llama "izquierda radical" tanto del descontrol en las protestas como de la creciente violencia con armas de fuego en urbes a las que también ha enviado agentes federales. Esa otra iniciativa no provoca tanto rechazo en las autoridades locales de ciudades como Chicago o Albuquerque, dispuestas a intensificar su cooperación pero que muestran una "sospechosa" alerta ante el esfuerzo electoralista de Trump.

Las encuestas también advierten a Trump de que algunos grupos confían más en Biden que en él para lidiar con cuestiones de crimen y seguridad; un 12% más en el caso de votantes con titulación universitaria y 21% en el caso de mujeres dentro de ese grupo según un sondeo de "The Washington Post" y "ABC"; un 11% en el de votantes de suburbio según otra encuesta de "Yahoo News-YouGov", 17% cuando son mujeres.

La incertidumbre es qué hará Trump. Para Stuart Schrader, que enseña en la Universidad Johns Hopkins y es autor de Badges without border, un libro sobre la formación de la policía en tácticas militares contra la insurgencia, la Administración "seguirá presionando para ver hasta dónde pueden llegar". "Cada vez que hacen algo hay resistencia de los ciudadanos, la prensa, los activistas... pero eso no necesariamente significa que vayan a dejar de hacerlo", decía hace unos días. "De hecho, se alimenta de esa resistencia". Schrader también predecía que las acciones federales se harán "más temerarias y peligrosas y más gente se verá atrapada en ellas". El fin de semana le ha dado la razón.