Quedan cien días para las elecciones presidenciales, y otros 78 de batalla política y judicial por la validez del resultado. Donald Trump no aceptará su derrota, acusará a la "izquierda radical" de fraude y movilizará por Twitter a sus seguidores amantes de las armas de fuego. Con él nada es imposible, todo son escenarios distópicos.

La crisis económica del 2008 y la actual del covid-19, que aún no ha terminado, han puesto en discusión el modelo económico global y sus efectos en la catástrofe climática. Una parte de la élite capitalista ha dejado de creer en la democracia. Prefiere la eficacia (y la impunidad) de los modelos autoritarios. Trump es solo la consecuencia de un juego mayor. Tenemos cuatro escenarios, tres de ellos son de pesadilla.

Victoria

El presidente confía en su base blanca, rural y enfadada. Es la que compra sus teorías conspiranoicas y disfruta con su lenguaje divisivo, "los buenos americanos" frente a unos medios de comunicación vendidos y antipatriotas.

Podría salvarle una vacuna milagrosa en octubre, de ahí sus movimientos para garantizarse la prioridad. No es importante que funcione, basta con que la gente lo crea antes de votar. Churchill decía que en política, un día es un año. Quedan 100 años.

Derrota por la mínima

El voto popular no decide la presidencia, depende de un Colegio Electoral compuesto por 538 miembros. Gana quien obtiene la mitad más uno: 270. Son elegidos en cada estado según la población (California tiene 55; Wyoming, tres). La batalla se centra en los Estados indecisos, los que cambian según el candidato: Iowa, Wisconsin, Michigan, Florida, Colorado, Minnesota, Nevada, Carolina del Norte, Ohio, Pensilvania y Virginia y Nueva Hampshire. El presidente mantiene desde hace meses una guerra contra el voto por correo, que será clave si hay segunda ola de covid. Trump dice que es el instrumento con el que le quieren robar las elecciones. Es probable que en la noche electoral varios estados indecisos no puedan ofrecer un resultado si hubiera mucho voto por correo.

El plan de Trump es rechazar esos resultados, denunciarlos ante el Tribunal Supremo en el que dominan los conservadores (5-4). Una fecha clave es el 14 de diciembre. Es el día en el que debe reunirse el Colegio para proclamar al ganador. ¿Qué pasará con los compromisarios de los estados cuyos resultados estén en discusión? ¿Habrá votación sin ellos? Es la oportunidad de Trump para alterar el resultado y seguir de presidente otros cuatro años.

El Supremo puede ordenar repetir las elecciones en varios estados o determinados distritos. Lo único inamovible, porque está en la Constitución, es la fecha de toma de posesión: el 20 de enero a las12 del mediodía. Para entonces debe haber un ganador y un presidente. Lo contrario sería un golpe de Estado.

Derrota inapelable

El voto suburbano se consolida en favor del demócrata Biden gracias a la movilización de las mujeres. El voto blanco urbano y joven empieza a abandonar al presidente, y baja el apoyo de los mayores.

Dos organizaciones de republicanos moderados que han pasado al ataque frontal. Crece el movimiento Never Trump que podría ser tan movilizador como el Yes We Can de Obama. Si la derrota fuese inapelable, los republicanos que le jalean y temen le empujarían a aceptar el resultado. No tendría posibilidades de resistir más allá del esperpento.

Sin elecciones

La fecha del 3 de noviembre está determinada por una ley federal de 1845, "el primer martes después del primer lunes de noviembre". Para modificarla se necesita un acuerdo en el Congreso. Los republicanos dominan el Senado, pero no la Cámara de Representantes.

El fiscal general del Estado, William Barr, ha abandonado toda neutralidad del cargo y actúa sin disimulo como el abogado del presidente. Busca desde hace semanas un resquicio legal que permita a Trump gobernar por decreto, sin el control del Parlamento. Les ayuda John Yoo, el abogado que sentó la base jurídica para justificar la tortura en las cárceles secretas de la CIA y en Guantánamo durante la presidencia de George Bush. El uso de policías federales vestidos de militares sin identificación y en coches camuflados, sin matrículas ni distintivos, debería servir a aviso. Trump quiere repetir el despliegue de fuerza que ha hecho en Portland en Chicago, y amenaza también a Nueva York y a otras ciudades demócratas.

El objetivo es triple: vender el lema "ley y orden", asustar y movilizar a su base blanca y crear una situación de caos que unido a una segunda ola de covid en otoño le permita invocar unos poderes de emergencia -que no tiene- para suspender las elecciones y mantenerse uno o varios años como presidente. Sería la muerte de la democracia en Estados Unidos, un tsunami que pondría en riesgo las nuestras.