A primera vista, era casi un 'dejà vu': un 'revival' entre dos controvertidos líderes de escaso apego a la democracia. Este pasadol jueves, los presidentes de Rusia y Turquía mantuvieron su enésima conversación telefónica para lograr que sus aliados, enfrentados en el volátil Oriente Próximo, acepten detener las hostilidades. Pero en esta ocasión no se hablaba de Siria, Bashar el Asad, las milicias kurdas o de rebeldes, sino de Libia, cuya capital se halla a 2.000 kilómetros de Damasco y a donde el tánden Vladímir Putin-Recep Tayyip Erdogan parece haber trasladado la guerra por delegación que ambos mantienen desde hace años.

Muy poco se filtró del contenido de la conversación, indispensable para pacificar el país norteafricano, dado que uno y otro son los socios relevantes de las facciones en liza; Ankara apoya al Gobierno del Acuerdo Nacional (GNA) de Fayez al Serraj, potente en el oeste, mientras que Moscú hace lo propio con el Ejército Nacional Libio, comandado por Jalifa Haftar, quien se ha hecho fuerte en el oriente libio.

Zonas de influencia

En algunos medios se ha valorado la conversación entre Putin y Erdogan como un paso hacia el reparto del país, que incluso podría derivar en partición, constatada la imposibilidad de que alguien pueda imponerse por las armas.

En este punto, los expertos creen que es pronto para esta conclusión. "Prefiero hablar de zonas de influencia; una rusa y otra turca", valora Alekséi Malashenko, orientalista y exdirector del centro Carnegie. Kirill Semenov, del Centro para las Investigaciones Islámicas, no descarta una división del país. "De momento no está sucediendo, pero no es imposible", señala.

¿Qué espera Rusia obtener en África del Norte? Karine Geborgian, colaboradora de la revista Vostok (Oriente), cree que a Moscú le mueven "intereses económicos", como la petrolera Lukoil. Por su parte, Malashenko ve atisbos de cooperación militar, incluyendo "una base".

"Rusia apuesta por estar en el Mediterráneo, y Siria no es suficiente". Para Seménov, la emigración ilegal africana hacia Europa, que usa a Libia como trampolín, es un gran atractivo. El Kremlin "aspira a vigilar las rutas migratorias como gendarme, a cambio de un posible levantamiento de las sanciones".

"Esta es la primera vez que Turquía se ha convertido en una potencia mundial desde su fundación. Es ahora la mayor potencia militar de la región y una de las mayores del mundo. Pero Turquía tiene aún armas mucho más potentes", escribe Ibrahim Karagül, uno de los columnistas favoritos de Erdogan. En sus palabras, si se les quitan los golpes al pecho y la visceralidad, sin embargo, se puede ver uno de los objetivos de Erdogan con Libia: ser reconocido como un actor importante en el mundo. Una especie de síndrome del imperio caído.

Pero la aventura turca en Libia no va únicamente de gloria y orgullo. Turquía está casi arrinconada del todo en Oriente Próximo: sus únicos aliados reales son Qatar y Serraj. Los demás países importantes de la región -Egipto, Arabia Saudí, Israel, EAU- son enemigos de Turquía y los valedores de Haftar. De perder a Serraj, Erdogan se vería cada vez más aislado; y sin acceso a una buena bolsa de petróleo.

Pero para cumplir con los planes, la guerra debe ganarse. Y en el campo militar no todo es tan fácil. Con casi un centenar de soldados turcos muertos en Siria este año, está aún por ver la implicación emocional en una guerra, la de Libia, que les queda muy lejos.

Libia no es Siria. Por eso, a sabiendas, Erdogan ha limitado el despliegue de soldados turcos ayudando al Gobierno de Trípoli. Quien hace el trabajo sucio son mercenarios sirios: rebeldes y opositores de Asad que llevan años cobrando de Ankara. Los turcos han aportado algo que ha inclinado la balanza: apoyo aéreo. Y la joya de la corona de su Ejército: los drones Bayraktar, de una empresa privada cuyo jefe es el yerno de Erdogan y que han conseguido destrozar los sistemas antiaéreos que Haftar en Libia y Asad en Siria han comprado a Rusia.

Y han sido ellos, también, los que le han dado la vuelta a la guerra de Libia. Pero ahora, con Serraj y Haftar asentados en el oeste y el este, Putin y Erdogan se han puesto a hablar, y el futuro de la guerra libia parece estar en sus cuatro manos.