Las características más notables de las casi tres décadas de mandato de Hosni Mubarak fueron la corrupción, la generalización de la pobreza, el desempleo y la represión, aunque muchos egipcios consideran que esta fue mucho menor que la del actual presidente Abdelfatá al Sisi.

El descontento de la población condujo a la llamada primavera árabe que, en febrero de 2011, le obligó a dimitir. Mubarak había pedido apoyo al presidente de EE UU, Barack Obama, pero este le dio la espalda. Obama debió de pensar que tras Mubarak se abriría un proceso de democratización que arrastraría a otros países árabes. La ilusión de la democracia apenas duró dos años. El espejismo se derrumbó en 2013, cuando Al Sisi dio un golpe de Estado.

Desde que asumió la presidencia, Mubarak mantuvo buenas relaciones con EE UU e Israel, lo que le permitió recuperar la soberanía de la península del Sinaí, que Israel ocupó en 1967. Al principio fue magnánimo con los prisioneros políticos, liberando a gran parte de ellos, pero al mismo tiempo actuó con vigorosa energía contra las organizaciones islamistas.

Su dirección política, económica y social no contó con el apoyo de la mayoría del pueblo, que vio que, pese a las reformas, sus condiciones de vida se deterioraban. Como consecuencia, el descontento de trabajadores e islamistas fue en aumento. Mientras algunos historiadores consideran que sus 30 años fueron una transición que no cuajó en una democracia, otros creen que allanó el camino para la situación actual.