Turquía inició hacia las tres de la tarde de ayer su anunciada ofensiva contra el nordeste de Siria, región controlado por las milicias kurdas del YPG, que Ankara considera terroristas. Al menos dos civiles muertos e intensos movimientos de la población, que huye de los bombardeos, se registraron en esos primeros compases del ataque.

La agresión fue lanzada después de que EE UU retirase a sus últimos soldados, que hasta hace poco luchaban en alianza con los milicianos del YPG. Los kurdos controlan, en régimen de amplia autonomía respecto a Damasco, una amplia zona del nordeste sirio, que representa el 30% del territorio del país y se extiende entre el río Éufrates y la frontera con Irak.

El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, quiere establecer junto a la raya fronteriza una "zona de seguridad" de 32 kilómetros de ancho por 480 de largo. En ella pretende reasentar a dos millones de los 3,6 millones de refugiados sirios que acoge Turquía. El resto de la frontera sirio-turca ya está en manos de las tropas de Ankara desde hace meses.

La ofensiva de Turquía, país miembro de la OTAN, ha causado gran revuelo en la comunidad internacional y ha causado preocupación en la ONU, que, sin embargo, ha evitado condenarla. El presidente de EE UU, Donald Trump, que dio su luz verde de modo pasivo, la calificó anoche de "mala idea" y resaltó que no la respalda.

Por otra parte, la Unión Europea pidió ayer a Turquía detener su ofensiva militar en el norte de Siria y advirtió de que la incursión "amenaza" los progresos logrados en la lucha contra el grupo terrorista Estado Islámico (EI).