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Asia calienta el mundo

Desde el golfo Pérsico a Hong Kong, los conflictos se encadenan entre alertas de carrera armamentística

Hay dos puntos del planeta que concentran las mayores probabilidades de convertirse en mecha que encienda una III Guerra Mundial, asegura el agitador ultraderechista Steve Bannon en el documental "El gran manipulador": el golfo Pérsico y el mar de la China Meridional. Bannon desgrana el augurio con la voz grave de las revelaciones y el gesto adusto de lo inevitable. Es un consumado actor aficionado a dotar de misterio a la evidencia. Pero aunque no esté escrito que el globo tenga que lacerarse con una hecatombe nucleares, lo cierto es que el apóstol del populismo xenófobo señala dos puntos del mapa que pueden enlazarse con facilidad mediante un rosario de conflictos que, estas últimas semanas, dan preocupantes muestras de vitalidad.

De Corea del Norte a Irán, las dos patas aún activas del "eje del mal" enunciado por Bush a principios de siglo, las fricciones se intensifican sobre el telón de fondo del combate por la hegemonía que libran EE UU y China, alineada con una Rusia que acumula fuerzas en claroscuro mientras Europa buscando a tientas la llave de la luz de sus menguados aposentos. Algo está cambiando muy deprisa en el mundo y lo está haciendo en Asia.

La guerra comercial y financiera entre EE UU y China se ha instalado en las portadas de los medios. Además de aportar un riesgo nada despreciable de recesión económica, es el primer capítulo de un inevitable enfrentamiento que apenas acaba de iniciarse y que promete trepidantes y peligrosas aventuras en los próximos años. Un capítulo que cierra una etapa de casi medio siglo abierta cuando, a principios de los 70, los EE UU de Nixon y del secretario de Estado Kissinger y la China del ya anciano Mao emprendieron la vía del deshielo mientras el Ejército estadounidense abandonaba humillado Vietnam.

La China comunista ocupó el asiento de la residual China nacionalista (Taiwán) en el Consejo de Seguridad de la ONU y los dragones de Extremo Oriente iniciaron una etapa de crecimiento acelerado, hasta entonces reservado tan solo a Japón. Medio siglo después, China es un gigante económico que, desde hace años, se siente con fuerzas para desafiar la exigencia implícita en aquel deshielo: el mantenimiento del papel de EE UU como guardián del orden en Extremo Oriente.

Un orden geopolítico es como un castillo de naipes. Si se toca alguna de sus cartas comienza a desmoronarse. Y eso está ocurriendo en los confines de Asia, aunque la película está grabada a tan alta velocidad que se ha venido reproduciendo a cámara muy lenta. Hasta que la llegada a la Casa Blanca de un equipo tan heterodoxo como el de Trump ha acelerado el proyector.

La principal consecuencia del desafío chino, en el que la no siempre controlable carrera nuclear de Corea del Norte hace de punta de lanza de Pekín, ha sido la desbandada de los países vecinos, cuya seguridad venía siendo garantizada por EE UU. Asistimos a los compases iniciales de un sálvese quien pueda marcado por pequeños movimientos con los que cada país intenta comprobar el punto de deterioro del antiguo edificio y las posibilidades de actuación que se le abren.

Un periodo de pruebas y verificación de aciertos y errores -en el que esta misma semana se enmarcó la supresión india de la autonomía de Cachemira- que se agrava por las exigencias de Trump para que sus aliados asiáticos paguen más por la protección del Pentágono.

Así las cosas, y con el mapa a la vista, puede resumirse como sigue lo que ocurre ahora mismo en dos escenarios íntimamente conectados: el mar del Japón y el mar de la China Meridional. Corea del Norte intensifica sus ensayos de misiles -cinco en dos semanas- mientras, a escasas millas, Japón, en pleno proceso de rearme y con autorización desde 2016 para intervenir fuera de sus fronteras, reabre viejísimos contenciosos comerciales con Corea del Sur, que no duda en acceder a renegociar el precio de su seguridad con EE UU.

Más al sur, la población de Hong Kong se empeña en un combate democrático, alentado sin duda por EE UU, que Pekín no aplasta por temor a una desbandada de los ingentes capitales radicados en la excolonia británica, tercera plaza financiera mundial, refugio de fortunas chinas y puerta de salida hacia paraísos fiscales caribeños.

Aun más al sur, Vietnam, que pugna por sacudirse la pesada losa pekinesa, busca alianzas con Europa, EE UU y Rusia, mientras denuncia la presencia de barcos chinos en sus aguas. En la vecina Camboya, China construye su primera base militar exterior, mientras las Filipinas del populista Duterte conceden a Pekín una tregua en su vieja lucha reivindicativa de islotes.

Estamos en pleno mar de la China Meridional, cauce de un 30% del comercio marítimo mundial y vía de tránsito del 80% de las importaciones energéticas chinas y del 40% de su comercio. No es de extrañar, pues, que Pekín reivindique la soberanía del 90% de sus peñascos, aunque para ello tenga que hacer la trampa de instalar en ellos pequeñas bases que le permitan alegar la presencia de población china para anexionárselos.

Todos estos movimientos coincidieron hace diez días con el abandono por EE UU del tratado sobre misiles de medio y corto alcance (INF), firmado entre la Casa Blanca de Reagan y la URSS de Gorbachov en 1987. La denuncia del acuerdo había sido anunciada hace meses, pero la sorpresa llegó cuando, al día siguiente, EE UU proclamó su intención de instalar misiles en Extremo Oriente "en meses" y advirtió que no permitirá una hegemonía china en la zona. Las alertas sobre una nueva carrera armamentística suenan desde entonces.

Tres días después, el nacionalista indio Modi, próximo al bloque rusochino, dio el paso en Cachemira. No se trata tanto de buscar relaciones de causa a efecto como de subrayar simultaneidades. Porque, entre tanto, Pakistán, gran ofendido por el golpe cachemir y primer valedor de los talibanes afganos "contemplaba" cómo sus protegidos hacían saltar por los aires una comisaría de Kabul en plena negociación sobre la siempre aplazada retirada de las tropas de EE UU del país.

Por supuesto, Bannon no escoge en "El gran manipulador" cuál de los dos puntos de arranque de una eventual guerra mundial le parece más probable. En realidad, los dos son uno y el mismo. Porque Pakistán tiene, a su vez, íntimos vínculos con Arabia Saudí, aliada de Israel contra Irán.

Ya desde el principio de la administración Trump, el Pentágono alertó a la Casa Blanca del expansionismo iraní en Siria, Irak y Yemen, espoleado en retaguardia por Rusia. Esa fue la causa de la ofensiva contra Teherán saldada con la salida de EE UU del tratado nuclear forjado por Obama y con el restablecimiento de las sanciones al régimen de los ayatolás. La economía iraní ha quedado seriamente tocada y han empezado a saltar las chispas: apresamientos de petroleros, derribos de drones.

Las probabilidades de un conflicto abierto con Irán parecen bajas. Más probable es que los incidentes se repitan y justifiquen a EE UU para tomar el control del estrecho de Ormuz, embudo por el que el Pérsico desemboca en el Índico y columna vertebral de los tráficos marítimos de gas y crudo. La asfixia de Irán es, pues, un riesgo cierto. Lo que ya resulta imprevisible es su impacto en Extremo Oriente. Al igual que, a la inversa, se vuelve imprevisible la repercusión en Ormuz de un aplastamiento chino de las revueltas de Hong Kong.

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