El tiempo, y no solo el espacio, separa a Venezuela de Galicia. Cuando a este lado del Atlántico dieron las nueve de la noche, en el barrio de La Candelaria, donde se concentra parte de la colonia gallega en Caracas, y en el resto de la ciudad y del Estado, sonaban las tres de la tarde y quedaban muchas horas por delante de tensión y de consultar el whatsapp para enterarse, al menos quienes no estaban ya sobre el terreno, de la situación en la calle en un ambiente de confusión. Gallegos en el país no se atrevían a predecir cómo acabaría la jornada y aludían a "incertidumbre", miedo a que todo pueda ir "peor", la esperanza de "cambio" y cierta sensación de ahora o nunca.

"Estamos a la expectativa. Tenemos miedo, incertidumbre y esperanza. Si esto no se soluciona hoy, veo muy complicado que tengamos otra oportunidad", explicaba ayer a este diario Ana, viguesa que pasó 50 años en Venezuela y a la que el desafío de Guaidó pilló en el país al acudir a resolver problemas con su pensión. Ana cree que, sin intervención extranjera, "esto no tiene salida" y confía en que nada le ocurra en su estancia. Por ahora excusa su tos y lo achaca a que hay mucho gas lacrimógeno.

Noemí Cendón también está preocupada. Noemí, directora de Cultura de la Hermandad Gallega de Venezuela, "el Club gallego de Caracas", como le dicen algunos allí, explica que ante la situación optaron por el cierre "preventivo" de la institución, que es precisamente conocida entre los emigrantes y sus descendientes, como explica Susana Castro, miembro de la "tercera generación" de gallegos, por servir de "resguardo" y lugar de encuentro.

Negocios cerrados

"Generalmente cuando pasan situaciones como esta o hay muchos días sin luz, el club sirve para que muchos vayan ahí, puedan sentirse seguros, puedan cargar sus móviles o coger agua", explica la joven. Pero ayer estaba cerrado, y también "la mayoría de los negocios" y el metro, como apunta Juan Cendón -medio siglo en Venezuela-, para explicar que muchos gallegos optaron por permanecer en sus casas. "La gente joven es la que está en la calle", señala. Susana y Noemí por ejemplo.

Noemí cree que "si esto no tiene un desenlace de cambio político, vamos a estar mucho peor". El "deterioro" de la calidad de vida es "constante y acelerado" y "la esperanza", señala, "es que esto cambie para la mayoría". "Si el deterioro continúa", advierte, los países de alrededor y los que tienen comunidades en Venezuela "van a recibir una ola migratoria que será muy difícil de contener". Pero la situación le parece "muy compleja": "Si esto no resulta, la situación va a ser muy compleja, mucho peor".

"Cómo va a acabar esto es una incógnita, pero creo que bien no; la situación se está poniendo fea", apunta Juan Cendón, quien lamenta la "intertidumbre" por la falta de información e insiste: "No sabemos qué va a pasar". "En general, todos quieren un cambio. Algunos están dispuestos a participar y otros no", explica Susana, quien percibe en el ambiente miedo y "esperanza porque es la primera vez que vemos tan cerca la posibilidad de un cambio".