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Reino Unido, en una encrucijada

"Brexit", el callejón más oscuro

La incapacidad de May para pactar con Bruselas una vía de salida de la Unión Europea dispara la alarma sobre una ruptura sin acuerdo

May, esta semana, en el centenario de la batalla de Amiens. // Efe

Dentro de siete meses y 17 días, el 29 de marzo próximo, vencerá el plazo para que Reino Unido diga adiós a la UE. Esa es la única certidumbre sobre el Brexit, ya que ni las condiciones de salida ni el estatuto de la futura relación son, por ahora, algo más que un mar de brumas. Un callejón muy oscuro flanqueado por dos curvas de signo contrario: la ascendente de quienes reclaman una segunda consulta y la descendente de quienes respaldan el modo de llevar las negociaciones de Theresa May.

Una encuesta difundida este viernes arroja un 50% de partidarios de otro referéndum en caso de Brexit duro, esto es, sin acuerdo, mientras que solo un 25% defiende la simple aprobación parlamentaria. Es más, un 45% es favorable a votar de nuevo, sea cual sea el modo de salida, opción que rechaza un 34%. En cuanto a la permanencia en la UE, es la casilla favorita del 40%, frente al 27% que quiere salir incluso sin acuerdo. Finalmente, un 72% opina que la primera ministra conservadora está negociando mal.

Las posiciones de las partes han estado claras desde un principio. Londres digirió como pudo la orden de dejar la UE dictada por los británicos el 23 de junio de 2016 y, entre arengas triunfalistas, empezó a lanzar cortinas de humo y mensajes dilatorios. Fue May quien lo hizo, porque su antecesor, David Cameron, dimitió nada más estallarle bajo el mentón la imprudente consulta con la que pretendía acallar al entonces rampante y hoy casi esfumado UKIP y a la poderosa corriente euroescéptica de su propio partido. Por su parte, la UE, que nunca ha dejado de llamar a la permanencia de Londres en el club, adoptó un perfil nítido para desalentar futuras defecciones de otros socios: o dentro o fuera, pero sin medias tintas.

En ese tapete, y siempre con retrasos, el pasado diciembre se alcanzó un frágil entendimiento sobre los tres pilares de la salida: los comunitarios residentes en Reino Unido y los británicos instalados en la UE mantendrán sus derechos tras el Brexit, Londres pagará una factura que, ahora mismo, se estima en 44.000 millones, y no habrá una frontera de verdad ("dura") entre Irlanda y el Ulster.

La única función del acuerdo, prendido con alfileres, era permitir el paso a la negociación de la relación futura, obsesión capital de Londres y carro que, en vano, May siempre intentó colocar delante de los bueyes. Sin embargo, el pacto tenía un talón de Aquiles: ¿cómo se fabrica una frontera "blanda", o sea, de mentira?

El problema irlandés no figuró en los grandes titulares de la batalla dialéctica que precedió al referéndum. Y sin embargo ha condicionado toda la negociación, y amenaza con hacerla naufragar. La pacificación de Irlanda del Norte, muy avanzada pero muy frágil, reposa desde los Acuerdos de Viernes Santo de 1998 en la inexistencia de cualquier frontera o aduana entre la Irlanda independiente y la británica. Los irlandeses, y sus bienes y servicios, circulan sin traba alguna por toda la isla, lo que genera un simulacro de reunificación favorecido por el sometimiento de las legislaciones de ambas zonas a la común normativa comunitaria. Y tanto Londres como Dublín, Belfast y Bruselas temen que alterar ese equilibrio siente las bases de una nueva espiral de violencia. Así pues, no debe haber frontera física entre las dos Irlandas. Pero, valga repetirlo, ¿cómo se fabrica una frontera "blanda", o sea, de mentira?

Para la UE, el asunto está claro. Irlanda del Norte puede permanecer en la unión aduanera y, de ese modo, la frontera se trasladaría a sus puertos. Para Londres, también hay claridad: la propuesta de Bruselas partiría en dos el Reino Unido. Una fractura que se agrava desde el punto de vista de la aritmética parlamentaria. May depende de los unionistas norirlandeses (DUP) desde que, en imprudencia digna de Cameron, convocó elecciones en junio de 2016. Lideresa de un partido conservador muy dividido, la primera ministra pretendía forjarse un grupo parlamentario que, además de respaldarle con mayoría absoluta, no convirtiera en un calvario su negociación con Bruselas. Perdió la mayoría absoluta y quedó presa de un DUP dispuesto a escribir con sangre la identidad británica del Ulster.

La cuestión irlandesa ha hecho, pues, imposible el Brexit dorado y triunfante prometido a los británicos y ha sumido a May en una cuesta abajo de continuas cesiones. En marzo, Londres y Bruselas pactaron un periodo de transición, hasta finales de 2020, en el que Reino Unido estará nominalmente fuera de la UE pero en la práctica seguirá dentro, aunque sin capacidad para influir en las nuevas normativas comunitarias.

El último capítulo del culebrón de la salida en falso fue la estruendosa reunión de principios de julio en Chequers, la residencia campestre de la premier. En ella May impuso a su Ejecutivo el más blando de todos los Brexits blandos: un acuerdo de asociación con sometimiento a buena parte de la normativa comunitaria y con un estatuto especial que mantenga los lazos de la City londinense con la Unión. "Salimos de la UE sin dejar de estar en Europa", fue la expresión de May para resumir una propuesta que provocó la dimisión del eurófobo ministro de Exteriores, Boris Johnson, y la del negociador con la UE, David Davis, además de ser considerada insuficiente por la City. De remate, el plan de Chequers fue rechazado por Bruselas, que no se engaña: Londres quiere conservar sus beneficios en dos de los tres pilares del mercado único (bienes y servicios) e imponer sus normas en el tercero (personas). Por eso le ha propuesto que pase, como Noruega, al mercado único conocido como Espacio Económico Europeo.

La senda dorada y triunfante se ha convertido, pues, en una calleja ciega. De ahí que, en gran parte para evitarla, crezcan las alertas sobre la inevitabilidad de una ruptura que, nadie lo duda, tendría un coste muy elevado para Reino Unido. Ya lo tiene, de hecho. La libra se cotiza a 1,11 euros, cuando a finales de 2015 estaba en 1,42, y son numerosas las firmas que han dejado Londres -hasta ahora punto de enlace entre la UE, EE UU y las principales plazas asiáticas- para instalarse en el continente.

El daño futuro, imposible de cifrar, es resumido en pérdidas de cientos de miles de millones de libras en los próximos años. Para los defensores del Brexit, sin embargo, se trataría solo de un escenario a corto plazo, largamente compensado por el alejamiento de una UE que califican de proyecto alemán de integración europea destinado al fracaso. Una UE que, no debe minimizarse, también sufriría con la ruptura. Aunque sin duda se salvará la cooperación militar, policial y de inteligencia, Londres aporta la City, principal plaza financiera mundial, así como unos 10.000 millones anuales a la UE y -es solo un ejemplo- importa de Europa el 52% de los alimentos que consume.

Ante la perspectiva del Brexit duro se han desatado movimientos de pánico, a los que, para doblegar a los opositores a un acuerdo, no es ajena la propia May. El Ejército y los ayuntamientos están en alerta en previsión de disturbios y para llevar alimentos, combustible y medicinas a comunidades aisladas. A fines de mes los hogares recibirán instrucciones sobre acopio de alimentos. Se ha recomendado a supermercados y hospitales que incrementen sus reservas. Hay planes para reforzar los dispositivos aduaneros y May ha evocado filas de 30 kilómetros de camiones en la autopista que enlaza Dover con Londres.

Un panorama tan apocalíptico obliga a pensar que, además de prepararse para un Brexit duro y amenazar con él, hay otras opciones. La más moderada sería que Londres pacte seguir en la unión aduanera y que el Parlamento lo refrende, aunque puede que no salgan los números en la cámara. La más extrema, que no haya acuerdo, May convoque elecciones, las ganen los laboristas, con o sin el nacionalismo escocés y, con el beneplácito de la UE, reanuden un diálogo que podría prolongarse años y hasta extinguir el Brexit.

Entre ambas, hay otra opción más nebulosa: que May llegue a un acuerdo de mínimos con Bruselas y lo someta a referéndum, lo que traería un Brexit duro si las urnas lo rechazan. De hecho, para ablandar a la UE, May ha lanzado una ofensiva diplomática que incluye una petición de ayuda a Berlín y París.

Bruselas tiene interés en lograr algún tipo acuerdo, porque sería un factor de estabilidad. Por ejemplo, un breve texto para cumplir los plazos, cobrar la factura, garantizar el estatuto de los ciudadanos y tener frontera blanda en Irlanda. De momento, Londres se mantendría en el mercado único, al modo de Noruega, con concesiones en inmigración como las hechas a Cameron en 2016, cuando pactó un estatuto especial para blandirlo en el referéndum como alternativa a la salida. El resto, el millón de cuestiones prácticas que implicaría una desconexión, se iría resolviendo poco a poco. Es lo que se conoce como " Brexit a ciegas". La mejor vía de salida, tal vez, a un callejón tan oscuro.

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