Hace dos semanas, fueron hallados los cadáveres de dos periodistas rusos y uno ucraniano en una zona remota de la República Centroafricana. Investigaban las actividades de un grupo de mercenarios rusos en el país, uno de los últimos en los que Moscú ha puesto algo más que su vista. No era la primera vez que sucedía algo así: en abril, otro periodista murió al caer desde el balcón de su apartamento en Yekaterimburgo. También investigaba al que se conoce como Grupo Wagner.

Son los tentáculos extraoficiales del Kremlin, mercenarios subcontratados a modo de ejército privado. Una especie de "Blackwater" ruso, solo que en realidad estos combatientes son reclutados y financiados por el Gobierno de Putin. El Grupo Wagner tiene su base de entrenamiento cerca de la ciudad rusa de Krasnodar y nació en 2014 durante la guerra de Ucrania, su primer campo de pruebas.

El Grupo, según parece, toma su nombre del compositor alemán -tristemente, el favorito de Adolf Hitler-, debido a la fascinación por la estética y la ideología de la Alemania nazi de su fundador, el antaño "spetsnaz" -miembro de las fuerzas especiales- Dimitri Utkin. Su existencia salió a la luz después de que un bombardeo de Estados Unidos en la localidad siria de Deir Ezzor, a principios de febrero, matara a decenas de ellos. Y es que estos mercenarios no son una verdadera fuerza de élite. En realidad, son utilizados como fuerza de choque por Moscú. Carnaza. Solo en Ucrania y Siria han muerto cerca de un millar.

Las ventajas para el Kremlin son totales: con ellos, proporciona apoyo militar ofensivo a cambio de petróleo en Siria, o de concesiones de explotación de oro y diamantes en África. Si caen en combate, sus muertes no pesan sobre el Gobierno. Son solo "voluntarios" o "instructores civiles". Y además, no escasean los candidatos. La razón: de 3.000 a 4.000 euros de salario al mes, en una Rusia donde la escasez de trabajo y la precariedad laboral marcan el paso de una economía en decadencia.