Faltaban cinco minutos para que en España dieran las tres de la madrugada de ayer cuando Estados Unidos, Francia y Reino Unido iniciaron el castigo contra Siria que Trump llevaba anunciando desde principios de la semana. La operación carecía del aval de la ONU pero, en todo caso, el Consejo de Seguridad rechazó por la tarde una moción de condena presentada por Rusia.

En apenas una hora, aviones y navíos de las tres potencias consumaron un ataque en el que lanzaron entre 110 y 120 misiles de crucero contra al menos tres objetivos militares vinculados a la fabricación y almacenamiento de armas químicas. No en vano, el bombardeo, que según el Pentágono no causó bajas en los atacantes, y según Siria dejó tres civiles heridos en sus filas, es la represalia por el supuesto ataque químico del pasado día 7 a la localidad rebelde de Duma, en el que habrían muerto unas 45 personas por efecto directo de los agentes tóxicos. El viernes, EE UU acusó a Siria en la ONU de haber perpetrado al menos 50 ataques químicos en el curso de los siete años de guerra civil.

Tras anunciar el fin de la operación, el secretario de Defensa de EE UU, general James Mattis, que invocó la Constitución de su país como cobertura legal, explicó que el castigo no tendrá continuidad si en el futuro el régimen de Bachar al Asad evita el recurso a las armas químicas. Rusia respondió, a través de su embajador en Washington, Anatoli Antónov, amenazando con que la acción "no quedará sin consecuencias". Sin embargo, a lo largo de la jornada, Moscú no volvió a citar la posibilidad de tomar represalias por el bombardeo. Según fuentes militares rusas, las defensas antiaéreas sirias lograron interceptar al menos 71 de los misiles y no se recurrió a las propios sistemas antiaéreos rusos.

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EE UU informó de que, a diferencia del ataque que perpetró en solitario el 7 de abril de 2017 -cuando lanzó 59 misiles contra una base militar siria-, ayer no se informó a Moscú de los objetivos, lo que ha sido interpretado como una prueba de la degradación de las relaciones bilaterales. No obstante, los canales de comunicación militar establecidos funcionaron para que Rusia evitara situarse en el trayecto de los misiles. De ese modo, quedó conjurado el principal peligro de la operación: infligir daños a efectivos o instalaciones rusos, eventualidad que habría podido desencadenar una escalada bélica de consecuencias consideradas imprevisibles.

Una vez que hubieron cesado los estruendos del bombardeo, comenzaron a escucharse las voces políticas y diplomáticas. Un coro que puso de manifiesto la voluntad de EE UU y sus aliados de evitar una degradación aún mayor de su pésima relación con Rusia. Washington se defendió atacando y, tras mostrar su "seguridad" de que Damasco perpetró en Duma un ataque químico el día 7, acusó a Rusia de haber "traicionado" su promesa de 2013 de que Siria se desharía de sus armas químicas. La "seguridad" de EE UU no está basada en investigaciones sobre el terreno, sino en informaciones de prensa e inteligencia. Los mismos canales que, ayer se supo, manejaba Francia cuando, el jueves, aseguró tener pruebas de la autoría.

Pero, con las justificaciones, llegaron también las declaraciones conciliatorias. El embajador de EE UU en Rusia, Jon Huntsman, proclamó que los ataques de ayer no buscan "un conflicto directo entre superpotencias" sino proteger a la población. Más aún, el departamento de Defensa de EE UU aseguró que su intención no es derrocar al dictador Asad y que su única voluntad en Siria, donde tiene desplegados unos 2.000 hombres que combaten junto a las milicias kurdas, es la derrota definitiva del grupo yihadista Estado Islámico (ISIS), ya muy debilitado.

Tras sus amenazas de madrugada, Rusia redujo el tono hasta el de una condena basada en un profundísimo enfado, plasmado en la queja de que los aliados occidentales han "insultado al presidente ruso", Vladímir Putin. Por su parte, el líder del Kremlin denunció que los ataques "a un Estado soberano" benefician a los terroristas, incrementan el sufrimiento de la población civil y amenazan todo el sistema de relaciones internacionales. Moscú, cuyo embajador en la ONU acusaría horas después a los agresores de "pisotear la Carta de Naciones Unidas y el derecho internacional", aprovechó la ocasión para resaltar la eficacia de la defensa antiaérea siria, de fabricación rusa, y asegurar que los daños causados a Siria han sido "mínimos". A la vez, se felicitaba de la "excelente" preparación militar de los especialistas locales formados por asesores rusos. Rusia dejó entrever que pronto Siria tendrá los modernísimos sistemas S-300.

A diferencia de EE UU, donde sólo algunos legisladores demócratas han protestado de que no se consultara al Congreso, los dirigentes de Francia y Reino Unido tuvieron que escuchar ayer duras quejas de sus respectivas oposiciones políticas por no haberles pedido opinión. Desde Londres, el líder de la oposición, el laborista Jeremy Corbyn, denunció que la primera ministra, la conservadora Theresa May, haya "seguido los tuits de Trump" en lugar de buscar la aprobación parlamentaria. También los nacionalistas escoceses, muy enfrentados a May por el "Brexit", mostraron indignación. La ministra principal escocesa, Nicola Sturgeon, ironizó con que nadie ha explicado a los británicos cómo el ataque "detendrá el uso de armas químicas".

En Francia, cuya inteligencia acusa a Damasco de mantener un programa clandestino de armas químicas desde su supuesto desarme de 2013, los conservadores sostuvieron que "añadir guerra a la guerra nunca hace avanzar la paz", la ultraderechista Le Pen auguró "consecuencias imprevisibles" y el izquierdista Mélenchon criticó a Macron por "alinearse con Estados Unidos".