El conflicto entre Rusia y Occidente por el envenenamiento en Reino Unido del espía ruso Serguéi Skripal subió ayer varios grados. Rusia desplegó toda su artillería retórica para acabar advirtiendo a sus rivales geoestratégicos que o se frena la escalada de acusaciones o la situación desembocará en una crisis como la de los misiles de Cuba, que en 1962 tuvo al mundo en vilo por temor a que la guerra fría desembocase en un conflicto global entre superpotencias.

Moscú acusó ayer a los servicios especiales británicos y estadounidenses del envenenamiento del antiguo doble agente ruso e instó al diálogo y a poner fin a la cadena de represalias que ha provocado ya la expulsión de unos 300 diplomáticos de una y otra parte. El envenenamiento ha sido atribuido por Londres a Rusia, y el Gobierno de Theresa May ha recibido el apoyo de EE UU y la UE a sus tesis.

Además, el gobierno ruso exigió a Reino Unido que "se disculpe", después de que el laboratorio británico que analizó el agente químico utilizado para envenenar a Skripal reconociera no tener pruebas de que la sustancia proviniera de Rusia. Por su parte, el jefe del servicio de inteligencia exterior ruso, Serguei Naryshkin, calificó el caso de "provocación grotesca" de Reino Unido y EE UU. "Es necesario acabar con este juego irresponsable que consiste en seguir avivando la hoguera, y renunciar a la fuerza en las relaciones internacionales, para no llevar las cosas hasta una segunda crisis de los misiles de Cuba", declaró Naryshkin.

Rusia convocó una reunión de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ) en La Haya, para exigir respuestas sobre estas acusaciones, a la vez que se ofreció a participar en las investigaciones. Sin embargo, recibió un duro revés. La OPAQ rechazó por amplia mayoría el proyecto de Rusia y China en el que se proponía la colaboración de Moscú. Se trata del segundo intento ruso de participar en las pesquisas, tras haber propuesto sin éxito una investigación conjunta con Londres.