Tras meses de rumores, la diplomacia de EE UU ya tiene un nuevo jefe. El presidente Donald Trump despidió ayer a su secretario de Estado, Rex Tillerson, y anunció su sustitución por el actual director de la CIA, Mike Pompeo, quien a su vez será reemplazado por la "número dos" de la Agencia, Gina Haspel. De este modo, la CIA será dirigida, por primera vez en su historia, por una mujer, aunque las acusaciones de tortura que figuran en su expediente pueden plantear dificultades para su confirmación por el Senado.

La destitución de Tillerson explica el verdadero alcance de la repentina interrupción, el pasado fin de semana, del viaje del secretario de Estado por África, para el que se alegaron razones de salud. Según se reveló ayer, el remplazo del expetrolero por Pompeo fue decidido el viernes, pero no se hizo público hasta el regreso de Tillerson, el lunes, a territorio estadounidense.

La Casa Blanca adujo ayer como motivo del relevo la necesidad de contar con un equipo cohesionado para preparar la cumbre con el líder norcoreano, Kim Jong-un, prevista para finales de mayo. Los desencuentros entre Trump y Tillerson sobre Irán, Corea y Rusia han sido notorios desde el principio del mandato presidencial. Los imprevisibles tuits con pronunciamientos presidenciales han tomado en más de una ocasión al secretario de Estado con el pie cambiado.

Sin ir más lejos, la semana pasada, pocas horas antes de que Trump anunciase la cumbre con Kim, Tillerson había declarado que quedaba un largo camino por delante antes de iniciar negociaciones con Corea del Norte. En sentido contrario, meses atrás, mientras Trump amenazaba con los peores castigos a Corea e intercambiaba insultos con el "amado líder", Tillerson insistía en que la vía de la diplomacia permanecía abierta.

En la práctica, mientras Trump ha ido funcionando por impulsos cambiantes en función de sus estados de ánimo, Tillerson ha formado en las filas de quienes han pretendido poner orden en la política estadounidense. Para eso, ha establecido una estrecha colaboración con el secretario de Defensa, general Jim Mattis, quien, junto a los generales McMaster (consejero de Seguridad Nacional) y Kelly (jefe de gabinete), conforma el triángulo que intenta imprimir "sensatez" a la política exterior estadounidense.