Su ambigüedad a la hora de condenar a los supremacistas blancos se ha convertido para el presidente de EE UU, Donald Trump, en el mayor error de sus apenas ocho meses de mandato, a juzgar por la intensidad de las críticas que están siendo lanzadas contra él desde todos los ángulos.

Al margen de los activistas de izquierda y de sus rivales políticos del Partido Demócrata, los puyazos más dolorosos le están llegando desde las propias filas republicanas y desde el mundo de la empresa. La defección de dirigentes empresariales y sindicales del consejo asesor creado por Trump sobre asuntos económicos ha sido tal que, el miércoles, el magnate decidió cerrarlo.

Tanto el presidente de la Cámara de Representantes (tercera autoridad del país), Paul Ryan, como el líder de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, se han manifestado con rotundidad contra los supremacistas blancos, al igual que los dos expresidentes de la familia Bush, George Bush padre e hijo. Con todo, ninguno de ellos decidió arremeter directamente contra Trump, algo que sí hicieron, por el contrario, dos senadores republicanos que ayer se convirtieron en blanco de la ira presidencial: el veterano Lindsey Graham, elegido por Carolina del Sur, y Jeff Flake, de Arizona.

También se ha desmarcado de Trump el jefe de Estrategia de la Casa Blanca, el ultraderechista Steve Bannon, quien no sólo criticó la política presidencial hacia Corea del Norte, sino que, además, llamó "payasos" y "perdedores", a los supremacistas. El futuro político de Bannon lleva meses en entredicho, después de que se le considere el perdedor de la lucha por el poder en la Casa Blanca que se libra en los inicios del mandato de Trump con la familia del presidente. Mientras, Trump lamentó ayer que se desmantelen "bonitas" estatuas de personajes confederados.