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El genocidio de los yazidíes

El tercer aniversario de las masacres del EI en la región iraquí de Sinjar, que se cobró entre 3.000 y 5.000 vidas, revitaliza la petición de la ONU de juzgar a los responsables

Una mujer yazidí, con su hijo a la espalda, cruza la frontera con Turquía, en 2014. // EFE

El tercer aniversario de la masacre de Sinjar, perpetrada en agosto de 2014 por el Estado Islámico (EI) contra la minoría religiosa de los yazidíes iraquíes, ha revigorizado las peticiones de la ONU para que la agresión sea juzgada como genocidio. La matanza, que se enmarcó en la triunfante ofensiva relámpago del EI sobre el Kurdistán iraquí, se cobró la vida de 3.000 a 5.000 personas, en su mayoría hombres, aunque también cayeron mujeres de edad avanzada. Además, se acompañó del secuestro de 4.000 a 10.000 mujeres jóvenes, niñas y niños que, tras su islamización forzosa, se convirtieron en esclavas sexuales y en obligados milicianos infantiles.

La ONU denuncia que el genocidio no ha terminado, ya que miles de hombres y niños siguen desaparecidos y al menos 3.000 mujeres son aún sometidas a palizas y violaciones todos los días. La mayor parte de ellas estarían recluidas en la localidad siria de Raqqa, el único gran bastión que, aunque con dificultades, mantiene en pie el EI tras perder Mosul, su principal plaza fuerte en Irak.

La brutal potencia de la ofensiva lanzada por los yihadistas el 2 de agosto de 2014 cogió por sorpresa a los "peshmergas" kurdos, que decidieron abandonar la defensa de la ciudad de Sinjar, situada en la provincia iraquí de Nínive, y replegarse a las montañas circundantes en espera de refuerzos y nuevos suministros. Esta retirada, que los yazidíes calificaron de traición, permitió a los milicianos del EI entrar a saco en la localidad, que por entonces contaba unos 90.000 habitantes.

Huyeron cuantos pudieron, al igual que hizo buena parte de los al menos 400.000 pobladores del distrito del que Sinjar es capital. De ahí que a los miles de muertos y secuestrados haya que sumar cientos de miles de desplazados, que buscaron refugio en los territorios kurdos de Siria y Turquía. Parte de ellos siguieron después su éxodo hasta llegar a Europa envueltos en la ola de refugiados que, propiciada por la guerra civil siria, rompe desde hace años sobre el continente.

La del EI no es la primera de las agresiones que sufren los yazidíes, a los que desde hace siglos persigue la acusación islámica de ser servidores del diablo. Tal vez por eso, las escenas iniciales de la película "El exorcista" fueron rodadas en escenarios del distrito de Sinjar, región montañosa del noroeste iraquí en la que, al correr de los siglos y las persecuciones, se había ido refugiando una gran parte de los 600.000 adeptos de esta confesión censados en Irak.

Más allá de los odios cainitas, lo cierto es que los yazidíes son una comunidad religiosa muy endogámica -prohíbe los matrimonios mixtos- que a menudo es incluida en la etnia kurda, aunque este punto sea objeto de controversia tanto entre los kurdos como entre los propios yazidíes.

El yazidismo hunde sus raíces en antiguos cultos mesopotámicos y combina aspectos del zoroastrismo, el cristianismo, el islamismo y el judaísmo. Monoteístas, los yazidíes creen en un dios creador que habría colocado el mundo bajo la tutela de siete ángeles o principios esenciales, a cuya cabeza estaría Melek Taus, el ángel Pavo Real. A este Melek Taus se le atribuyen conflictivas relaciones con la deidad creadora, causantes de una temporal caída en desgracia y posterior reconciliación. Es precisamente esta figura la que desde hace siglos ha venido siendo asociada con el diablo por los islámicos.

Sutilezas teológicas al margen, los yihadistas del EI apreciaban Sinjar por su posición estratégica en la ruta que enlaza Mosul con Raqqa. De modo que permanecieron en la ciudad hasta que, en noviembre de 2015, fueron desalojados por una ofensiva de "peshmergas" kurdos y milicias yazidíes, apoyada por la aviación de EE UU y reforzada en tierra por comandos de élite del Pentágono.

Sin embargo, la liberación no cerró la herida, ya que la inestabilidad de la zona ha disuadido a los desplazados de regresar. Para que tampoco se nuble la memoria, la ONU insta a la comunidad internacional a liberar a los cautivos, calificar de genocidio la masacre y sentar a sus responsables ante el Tribunal Penal Internacional.

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