El frente nacional ha derrotado al Frente Nacional. En consecuencia, Francia se resigna a Emmanuel Macron. La mayor potencia intelectual del planeta huye despavorida de Le Pen, no para saltar hacia lo desconocido, sino a lo sobradamente conocido en forma de banquero de inversiones. Una inversión de riesgo para evitar una enfermedad mortal. Quedarse en casa junto al enemigo de larga duración, para soslayar la cruda intemperie.

No se ha repetido el 82 a 18 de 2002, cuando Francia entera se congregó en torno a un Chirac desprovisto de carisma, para evitar que Le Pen padre le partiera la crisma al país. Votaron entonces un 80 por ciento de los franceses, un plebiscito convocado a rebato. Con idénticos clarines y heraldos, la victoria de Macron ha sido más matizada. La participación cede sensiblemente, el voto en blanco se dispara al doce por ciento, su margen de ventaja sobre la hija del refundador del fascismo francés encoge de 64 a 30 puntos.

Macron, alors. Un presidente híbrido, que no mortifica a los defraudados por Fillon y que se incorporó al gabinete de Hollande cuando el presidente desalojado abdicó de la izquierda. La insistencia en la ruptura de las tradiciones obliga a consignar que el nuevo inquilino del Elíseo se inserta en la corriente de ministros de Economía ascendidos a la máxima jerarquía, como Giscard, Chirac o Sarkozy. Ninguno de ellos se sitúa a la derecha del nuevo campeón. Tampoco es el primer banquero que alcanza la cima de la Quinta República, porque antes hubo un Georges Pompidou.

En la segunda vuelta de los debutantes, la victoria de Le Pen era más improbable que la de Trump. De hecho, los resultados recientes que suavizan el auge populista en Holanda y Francia, revalorizan la campaña arrasadora y gamberra del presidente estadounidense. Ni siquiera las ínfulas aristocráticas de Hillary Clinton explican el vuelco morrocotudo en Washington.

El esquelético Macron combatía inflado por los esteroides de votos de importación. Ahí está la renuncia de Le Monde a participar en la fiesta de la velada postelectoral del Frente Nacional. La obligada mayoría absoluta del ganador en un envite dual, no oculta un peso real limitado a dos de cada cinco ciudadanos. Otra forma de leer las presidenciales es que tres de cada cinco franceses jamás votarían a Macron. Ni siquiera si la alternativa a su quinquenato es la ultraderecha de Le Pen.

Para los franceses, cualquier cosa era preferible a lo malo conocido. De ahí el éxito de un Macron "ni de izquierdas ni de derechas", frente a una rival ni de derechas ni de izquierdas. La victoria eclipsa las condiciones y limitaciones del triunfo. En realidad, es el nuevo presidente francés quien recuerda a Trump por su campaña fulgurante.

Se ha impuesto el primer presidente treintañero de la Quinta República. Se presentaba por primera vez, había nacido en provincias, organizó su campaña sin un partido detrás en un breve lapso, debía lidiar con la permanente ofensa británica al continente. Las cualidades de este párrafo son compartidas por Napoleón y Macron, que se inspiró en el general hasta copiarle su eslogan En Marche!

En la otra orilla, el FN ha obtenido los insuficientes mejores resultados de su historia, tanto en la primera como en la segunda vuelta. Dado que ha perdido, se acusará a Le Pen de no mostrar los colmillos. Se promocionará a la tercera generación lepenista, encarnada por la radical Marion Maréchal-Le Pen. La sobrina de la candidata vencida predica que "los musulmanes vuelvan a Musulmania".

Macron decreta la italianización de la política francesa, con la española en curso. Finalizado el duelo galo, el mundo fijará de nuevo su atención en el combate Trump vs. Kim Jong-Un. Más allá del análisis bursátil, Macron no ha salvado a Europa, sino que la mantiene en su vigente decrepitud. La grandeur solo funciona con un visaje humorístico. Si no existiera el populismo, la izquierda tendría una opción. Por miedo al populismo, la derecha se las apaña para conservar el poder.