El presidente de EE UU, Donald Trump, forzó ayer de madrugada (hora española) a dimitir a su consejero de Seguridad Nacional, el teniente general retirado Mike Flynn, uno de los hombres fuertes de la Casa Blanca y, junto al secretario de Estado, Rex Tillerson, el encargado de llevar a buen puerto la aproximación a Rusia para combatir de consuno el terrorismo islámico.

La dimisión llega tras desvelar la prensa en los últimos días las conversaciones que mantuvo a finales de diciembre con el embajador ruso, Sergei Kislyak, sobre las sanciones a Moscú decretadas el día 29 de ese mes por el presidente Obama en castigo por la intromisión del Kremlin en la campaña de las presidenciales.

Las conversaciones, grabadas por el FBI, no han sido, sin embargo, el detonante de la dimisión. Lo ha sido el hecho de que Flynn negase al vicepresidente Pence y a otros altos cargos que en ellas se hubiese hablado de las sanciones, lo que era ilegal por no haber entrado aún en funciones la administración Trump. Pence defendió en público días atrás la inocencia de Flynn, ahora desmentida. La Casa Blanca negó ayer que Trump hubiera encargado a Flynn debatir las sanciones con el embajador. Flynn, por su parte, admitió en su escrito de dimisión que facilitó "información incompleta" al vicepresidente Pence.

Las informaciones sobre el caso se convirtieron ayer en el blanco de la ira de un hombre que ha perdido a uno de sus más firmes puntales. Para Trump, "la verdadera historia" no es si Flynn cometió una ilegalidad sino "por qué están saliendo de Washington tantas filtraciones ilegales". "¿También habrá estas filtraciones cuando haga frente a Corea del Norte?", se preguntó en un tuit el magnate, que vive en continua guerra con la prensa desde la campaña.