Donald Trump, recién investido presidente de EE UU, pronunció ayer un breve discurso cuyos ejes vertebrales fueron el populismo, el nacionalismo, las promesas de prosperidad y un llamamiento a la unidad, el esfuerzo y la confianza en Dios. Trump, que se dirigió "a los estadounidenses y al mundo" durante quince minutos, protagonizó la más breve alocución de investidura desde la del demócrata Jimmy Carter en 1977. Su discurso se compone de 1.433 palabras mientras que la media de las pronunciadas por sus antecesores fue de 2.350.

En un discurso en el que las únicas medidas propuestas fueron la construcción de infraestructuras, la protección de fronteras y "la completa erradicación del terrorismo islámico de la faz de la tierra", Trump rompió el fuego llamando a la unidad de los estadounidenses en la "reconstruir el país" y a "marcar el rumbo del mundo durante muchos, muchos años".

La clave para conseguirlo radica, añadió Trump, en que el acto de investidura de ayer no representó el traspaso de poder de un partido a otro sino "el traspaso del poder de Washington al pueblo". Inmerso de lleno en la fase populista del discurso, que habría de consumir su primera mitad, el nuevo presidente denunció en línea con sus mensajes de campaña, cómo, a su entender, mientras los políticos prosperaban, hasta ahora el pueblo se empobrecía.

"Todo esto empieza a cambiar aquí y ahora, porque este momento es vuestro momento", prosiguió Trump, antes de afirmar que "lo que realmente importa no es qué partido controla al Gobierno sino si el Gobierno es controlado por el pueblo", ya que "una nación existe para servir a sus ciudadanos". Unos ciudadanos, añadió el magnate, que quieren educación para sus hijos, seguridad para sus barrios y buenos trabajos para ellos mismos.

Pero no lo tienen, dijo. Trump pintó a continuación un panorama de pobreza, fábricas cerradas, escuelas bien financiadas pero estériles, delincuencia, bandas y drogas. "Esta carnicería se acaba aquí y se acaba ahora", prometió, para después explicar las causas de la desolación pasada: "Durante décadas hemos enriquecido a la industria extranjera a costa de la americana y subvencionado a los ejércitos de otros países", además de "defender las fronteras de otros mientras nos negábamos a defender las nuestras". La retórica populista se aprestaba a dar paso a la del nacionalismo proteccionista y xenófobo.

"Hemos enriquecido a otros países mientras se esfumaba en el horizonte la riqueza, la fortaleza y la confianza del nuestro", dejando a millones de estadounidenses en la cuneta. La solución de Trump es clara: "Aquí reunidos, firmamos hoy un nuevo decreto" para que lo conozca todo el planeta: "Primero EE UU. Solo eso: primero EE UU". O lo que es lo mismo: "Cualquier decisión sobre comercio, impuestos, inmigración o política exterior" se tomará para beneficiar a los trabajadores americanos y a sus familias. Y en primer lugar, la de proteger las fronteras, enfatizó un Trump que en ningún pasaje de su discurso aludió de modo directo al polémico muro con México. "El proteccionismo nos llevará a una gran prosperidad y fortaleza", lanzó el magnate antes de recomendar una receta: "Comprar estadounidense y contratar estadounidenses".

Tras un canto a la esperanza -"EE UU volverá a ganar y lo hará como nunca antes"-, llegó un ofrecimiento de amistad a las naciones -"no queremos imponer nuestro modo de vida a nadie"- y la promesa de renovar viejas alianzas y establecer otras nuevas para erradicar el yihadismo. Trump llamó a la unidad de los estadounidenses -que comparó con el bíblico "pueblo de Dios"- e instó a confiar en la protección del Ejército y, "lo más importante, en que Dios nos protege".

Eso sí, todo lo anterior exigirá, advirtió, una actitud firme contra la actual clase política de Washington: "No aceptaremos más políticos que sólo hablan y no actúan", porque "los tiempos de las conversaciones vacías se han acabado. Ha llegado el momento de actuar".