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1994, "periodo especial"

Cuba vivió en la primera mitad de los años 90 una brutal crisis económica, a raiz del colapso de la URSS y el endurecimiento del bloqueo estadounidense

Un cubano pasa. ante una valla con varias imágenes de Fidel Castro. // Efe

Septiembre de 1994. Un par de turistas asturianos que pasean a primera hora por el icónico Malecón de La Habana desenfundan sus máquinas de fotos. "¡Mira, balseros!". El mar está salpicado de cubanos sentados sobre grandes llantas neumáticas, pero no reman en ninguna dirección como meses antes sí habían hecho miles de compatriotas montados sobre barcos de fabricación casera, balsas míseras en las que muchos encontraron la muerte en su intento de llegar a la costa estadounidense -Florida está a unas 90 millas náuticas, 170 kilómetros- y de dejar atrás la isla cuando atravesaba la peor crisis desde el triunfo de la Revolución (1959), el "periodo especial", como eufemísticamente lo llamó la propaganda castrista.

Aquellos no eran balseros, sino gente que, adentrándose con el "gomón" en el mar, usaban pequeñas cañas para pescar algún chicharro o lo que picase. Tiempos extraordinariamente difíciles en La Habana y en el resto de Cuba, de desabastecimiento y de cuotas de racionamiento de una dureza también inédita en el período revolucionario. La "carne" a la que tiene acceso la población en las tiendas oficiales es una pasta infame. El pan escasea incluso en los restaurantes para turistas, y la gente intenta sobrevivir moviéndose en el mercado negro, donde con dólares se encuentra casi de todo. Treinta dólares (4.000 pesetas de la época) dan para que diez personas (seis nativos y cuatro turistas, en este caso) cenen en casa langosta y plátano frito. El ron que distribuye el régimen inflama por dentro y por fuera. El "Havana Club" o el "Patricruzado" se vende en tiendas especiales del Gobierno a precios prohibitivos para los cubanos, que tampoco pueden pagarlo en el mercado negro, que se surte de productos hurtados por los trabajadores de las fábricas de bebidas y tabaco para sobrevivir. El sueldo mensual de un obrero en pesos apenas llega para comprar lo que cuesta un pollo en ese mercado negro. La economía formal es casi un espejismo: un año antes, en 1993, se estimó que había movido 14.000 millones de dólares, el doble que el mercado oficial.

Cuba está en esos años atrapada entre dos losas económicas. El colapso de la Unión Soviética y sus regímenes satélites en el Este de Europa ha anulado las vías de intercambio con el exterior. Se esfumaron los acuerdos (azúcar por petróleo) que durante décadas sujetaron la economía planificada de Fidel. Al mismo tiempo, EE UU, bajo el gobierno de George Bush padre, endurece las condiciones del bloqueo comercial, en vigor desde 1960.

En su discurso por el cuadragésimo aniversario del asalto al cuartel de Moncada, Fidel Castro había reconocido en 1993, con palabras entrecortadas por una aparente amargura: "La vida de hoy, la realidad... nos obliga a hacer cosas que en otras circunstancias jamás habríamos hecho... debemos hacer concesiones para salvar la Revolución y los logros del socialismo". Con el peso hundido y el país fieramente empobrecido (se estima que el PIB había caído cerca del 50% entre 1989 y 1993), el régimen autorizó la posesión y circulación de dólares, entre otras reformas.

Años atrás ya había impulsado la captación de divisas a través del turismo, abriendo la explotación hotelera a empresas extranjeras (españolas muchas de ellas) que constituían sociedades mixtas con el Estado. Establecimientos señeros como el hotel Habana Libre (el Hilton, en tiempos del dictador Fulgencio Batista) pasaron a estar gestionados por empresas españolas. Los pubs interiores, incluidos los de los hoteles que gestionaba directamente la Administración castrista, eran clubes donde muchachas cubanas, a veces "controladas" por funcionarios, ofrecían su compañía a los turistas. Aquella Cuba del "periodo especial" era también la de la eclosión de las "jineteras". Las privaciones habían empujado a muchas jóvenes a la prostitución, legal en la isla, y a Cuba, a explotar su versión del turismo sexual. Los aviones de Cubana de Aviación despegaban desde Madrid repletos de turistas, parte de ellos camino de una larga juerga que empezaba en cuanto el piloto recogía el tren de aterrizaje.

¿Qué diferencia eso del gran burdel de Estados Unidos en que, probablemente por una miseria semejante, se convirtió Cuba bajo el yugo de Batista? Los niños se suben a la empalizada que rodea la piscina del hotel Sevilla para ver cómo se bañan los extranjeros. Les esperan luego a la puerta para pedirles un dólar, un "short", una camiseta, un bolígrafo, caramelos... Por la tarde, un maestro y funcionario del Instituto Cubano de Libro entra a regañadientes a tomar un refresco en el hotel Sevilla, en La Habana Vieja. Lo hace invitado por un turista al que ha conocido unos días atrás, porque si no es con invitación los cubanos tienen prohibido el acceso a los hoteles durante el "periodo especial". En la cafetería, los ojos se le llenan de lágrimas. "Es que miro a estas chicas y pienso en mi hija de dieciséis años". Alrededor, las muchachas alternan con clientes extranjeros.

Cuba es pobreza, pero también dignidad. No hace falta la propaganda del "Gramma" o "Juventud Rebelde" para darse cuenta de cómo el acceso universal a la educación y la sanidad son los grandes activos del castrismo. Sorprende a menudo el nivel de cultura medio que transmiten las conversaciones con la gente de la calle. Abundan los titulados universitarios, pobres como todos en la isla. "¿Qué salario tiene un médico en España?", pregunta un joven forense, uno de los que tuvieron que certificar muertes de balseros. El suyo equivalía en 1994 a ocho dólares al mes. El periódico "Juventud Rebelde" ensalza los logros de la cirugía cubana, explicando como salvó su vida un pescador submarinista que resultó arponeado en la cabeza. En la portada, una imagen del pescador con el arpón clavado de oreja a oreja y otra después de la intervención.

Llama la atención que una dictadura se vuelque tanto en la educación. Por más que una parte de ella sea adoctrinadora y panfletaria, la cultura fomenta el espíritu crítico y al menos durante el "periodo especial" los cubanos no escondían sus reproches al régimen incluso en las conversaciones con extraños. Induce a pensar que, al menos en aquel momento, había cierta tolerancia hacia la crítica política, una impresión que se borra examinando los informes de la Organización de Estados Americanos sobre los derechos humanos en Cuba. El castrismo mantenía a centenares de presos políticos en las cárceles en los 90, la mitad de ellos por "propaganda enemiga", algo penado con hasta ocho años de cárcel (o con una "desintoxicación" en un centro psiquiátrico) si el reo es declarado en "estado peligroso". La legislación penal de la época lo describía con palabras hechas a medida de la arbitrariedad judicial: "Se considera estado peligroso la especial proclividad en que se halla una persona para cometer delitos, demostrado por la conducta que observa en contradicción manifiesta con las normas de la moral socialista".

Cuba es en el "periodo especial" miseria, pero también música. Suena en un aparato de radio mientras las mujeres izan con una polea cubos de agua potable hasta un tercer piso en un bloque de La Habana. La toca un cantautor seguidor de la Nueva Trova en una reunión de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, donde se habla de literatura y se bebe ron hasta que suena la salsa, y entonces se deja de hablar y se bebe y se baila hasta que uno de los contertulios, inquilino de un séptimo piso, dice a eso de las siete de la tarde: "Me voy, que a las ocho cortan la electricidad y deja de funcionar el ascensor". Suena la música también en el taxi camino del aeropuerto. El taxista aprovecha las cuestas hacia abajo para dejar el coche en punto muerto y ahorrar combustible, extraordinariamente racionado. "¿Cómo les va con Fidel?", pregunta el turista. Y responde el taxista: "Aquí estábamos oprimidos por Batista. Llegó el Comandante y nos quitó la cadenas... las cadenas, los relojes, los anillos...".

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