Cuando Trump visite España quienes ahora le critican morirán por una invitación para la cena en la embajada americana, en la que ya no estará James Costos. Lucharán por un "selfie" con la primera dama Melania y hasta se interesarán por el tono de tinte que usa el presidente. De momento, el empresario, al que en algunos foros se le compara con Hitler, ya ha conseguido dos milagros en suelo ibérico: que la izquierda defienda a muerte la permanencia de las bases americanas de Morón y Rota y que los detractores del TTIP defiendan ahora el tratado, sobre el que Hillary tampoco se pronunció con claridad, como la solución a los males económicos de la UE y de España.

¿Quién es más prepotente, Trump o los manifestantes estadounidenses y tertulianos españoles que desprecian la voluntad de 60 millones de personas? Es difícil de determinar. Seguro que andan los americanos muy preocupados por los comentarios tremendistas de los tertulianos españoles que pronostican un cataclismo mundial en el próximo periodo presidencial. El neoyorkino molesta mucho, entre otras cosas porque ha venido a romper la hegemonía de las elites políticas demócratas y republicanas que durante décadas se han repartido el poder en Washington, con los Clinton, Kerry-Heinz, Bush y Kennedy entre sus exponentes.

Trump es rudo, carece de clase y elegancia, desconoce la diplomacia verbal, traspasa los límites de la grosería; luce un pelo imposible, sus negocios son cuestionables y ha quebrado varias veces; no ha presentado la declaración de la renta, es sospechoso de eludir impuestos, su familia y él tienen el típico look de nuevos ricos horteras y en su cerebro parece haber más ladrillos que neuronas. Todo es innegable y no menos lo es que el establishment de Washington ha cerrado filas en torno a él, y que el respeto al juego democrático prima por encima de todo.

La cuestión es que Trump se atreve a cuestionar muchas de esas verdades universales que en la sociedad actual se repiten como cansinos mantras, a riesgo de ser excluidos de un rebaño en el que el criterio propio está penalizado con el insulto y la mofa.

¿Es más inmoral que Trump presuma de forma grosera de sus conquistas sexuales o que la derrotada Hillary Clinton perdone las infidelidades de su marido y mantenga un matrimonio de conveniencia política, que al final no le ha servido de nada? Quien sabe, tal vez a 60 millones de americanos no les parece tan mal que se ponga coto a la entrada de ilegales indocumentados en el país. El problema no es con los extranjeros en la nación que más emigrantes legales -y también ilegales- recibe cada año. Con 3.200 kilómetros de largo la raya entre México y Estados Unidos registra más de un millón de cruces de personas al día, 300.000 automóviles y 15.000 camiones de carga. Trump promete ese absurdo muro a lo largo de la frontera de México y Europa se lleva las manos a la cabeza. Lo mejor de todo es que parte de esa valla está construida desde hace años en Arizona y California, como bien saben en Nogales, límite entre Arizona y Sonora, o en Tijuana (México), pegada a San Diego (California). Más que contener la entrada masiva de ilegales separa a las familias y fomenta la delincuencia y los dramas humanitarios a diario.

Ofende que en España se identifique rural con ignorante

Lo que en España no acaba de entenderse es que Trump y sus votantes no son precisamente xenófonos, sí pecan de simplismo y escasa sensibilidd al analizar la tragedia de esas ciudades fronterizas que parecen sacadas de una peli de serie B. Xenofobia es odio al extranjero, difícil de justificar en un señor que se ha casado con dos europeas procedentes del este de Europa, descendiente de alemanes y escoceses.

Trump quiere hacer a América grande de nuevo y tal vez olvida de que el país ya es muy inmenso, la primera potencia mundial, a pesar de China. Para ello pretende bajar impuestos a las rentas medias y subirlos a los más ricos y suprimir gastos innecesarios, entre ellos las cuotas de la OTAN y la ONU. Eso le ha dado muchas papeletas.

A estas alturas sorprende que algunos sigan "vendiendo" que a Donald J. Trump le han votado solamente los pobres marginales y los rurales, cuando uno de cada tres latinos le han apoyado. También ofende a la inteligencia que en España se identifique rural con ignorante, algunos deberían darse un paseo por los ranchos de Iowa, y por las ganaderías asturianas, para saber lo que son los profesionales del campo.

Ahora que la batalla electoral parece prolongarse en los platós, en Washington empieza la mudanza. Los millonarios Clinton, amigos de los Trump desde hace décadas, firman la paz con el ganador, del que han recibido cuantiosos fondos para sus campañas y Obama le ofrece colaboración, en el inicio de un traspaso de poderes que escenifica lo mejor de la anciana democracia americana: respeto a los resultados, cordialidad entre el presidente saliente y su sucesor. En definitiva, el mantenimiento de unas formas que para si querría la política española. Y es que las formas no son más que el reflejo del fondo. El cataclismo tendrá que esperar.