El campanario del siglo XIII es el único edificio en la calle principal de Amatrice que observa los escombros en los que ha quedado reducida una de "las ciudades más bonitas de Italia" después de que un terremoto de 6,2 grados de magnitud provocara, a las 3:39 horas de la madrugada del miércoles, la muerte de centenares personas. Emilio Fraile, fotógrafo de La Opinión El Correo de Zamora, de Prensa Ibérica, que se encontraba cerca de la región, no dudó en desplazarse hasta el lugar de la catástrofe para retratar con su cámara la devastación que sufrió la localidad italiana. "No había visto nada así en mi vida. Todas las casas habían caído sobre su propio suelo", describió nada más llegar a Amatrice.

Las últimas curvas antes de llegar al epicentro del seísmo reflejaban el "miedo" y la "inseguridad" de los habitantes, que caminaban por los arcenes de la carretera en una especie de huida por temor a vivir una réplica que les hiciera volver a experimentar una de sus peores noches. El polvo ya lo envolvía todo. "Las gafas se me empañaron nada más bajar del coche y lo más impactante era el olor a cascotes", describe el fotógrafo.

Pero si había algo por encima de los metros de casas derruidas, ese algo era "el silencio". "No había lloros ni gritos desesperados". Los que se sentaban en la puerta de la iglesia esperando a saber de sus familiares sólo miraban desconcertados sus casas intentando explicarse lo que había ocurrido. "Lo más chocante era la actitud de la gente, que parecía estar en estado de shock. Era un silencio extraño", relata Emilio Fraile. "Estaban abatidos, agotados y, probablemente, hasta cansados de llorar por sus familiares y el pánico de los temblores", añade el reportero.

Ni siquiera los bomberos dejaban escapar un solo ruido mientras buscaban supervivientes. En el caso de necesitar cualquier herramienta, bajaban de las montañas de cemento para cogerla ellos mismos y evitar cualquier grito. Hasta el roce de los escombros sonaba demasiado alto en aquellas calles mudas. "Los equipos de rescate pedían silencio a los testigos con el fin de escuchar un alarido de socorro bajo las viviendas derruidas", cuenta.

Sin embargo, la confusión general no evitó que los vecinos proporcionaran todo tipo de víveres a aquellos que lo necesitaban. Todos acudían al supermercado de la plaza, donde se encontraban los restos de una de las cien iglesias del pueblo, para hacerse con los alimentos. "Una mujer que vino llorando detrás del cuerpo de un familiar apareció tras varios minutos con un carro de la compra a rebosar", narra Fraile. "Llegaron también camiones con baños portátiles y la Cruz Roja con varios kilos de provisiones", añade.

Los trabajadores de una empresa de construcciones también se acercaron, uniforme en mano, a las zonas más difíciles para ayudar en las labores de rescate. Incluso el joven cura del pueblo, con la camisa desabrochada y el alzacuellos descolocado, se acercó a socorrer a los más afectados a pesar del "shock" que sufrió al darse cuenta de que su iglesia no había sobrevivido a los fuertes temblores.

Afortunadamente, tras dos horas de trabajo sin pausa con martillos hidraúlicos y motosierras, un superviviente consiguió ver la luz del sol de media tarde a través de los varios metros de escombro que lo sepultaban. Sin embargo, ningún familiar le esperaba fuera.

"Lo más probable es que la familia de ese hombre esté muerta debajo de la casa, porque los que esperaban por alguien lo hacían en la zona de la iglesia", explica Emilio Fraile. "Un carabinieri que vino a cargar su móvil en nuestro coche nos contó que habían rescatado, al menos, 72 cadáveres y muy pocos supervivientes".

El fotógrafo había decidido acercarse a la zona de rescate, pero las autoridades se lo prohibieron por razones de seguridad. A pesar de la negativa, Emilio Fraile optó por rodear la calle principal y acercarse por las aledañas que aún conservaban algunos edificios. Para llegar al punto concreto se vio obligado a caminar por encima de escombros y muebles pisando, en ocasiones, el techo de los coches que quedaron atrapados en el derrumbamiento. "La sensación era de inseguridad por no saber si habría otra réplica ya que, con un temblor más, el resto de la ciudad se vendría abajo", señala.

Amatrice, de unos 2.600 habitantes, es uno de los municipios más afectados por el seísmo y las 160 réplicas de distintas magnitudes que se fueron repitiendo en el día. Considerada punto de peregrinación, albergaba monumentos arquitectónicos bien conservados, la mayoría datados entre los siglos XIII y XVIII, de estilos barroco, gótico y renacentista. Entre sus tesoros, se encontraba la basílica de San Francisco, ahora una de las más afectadas y con el cuerpo superior completamente destrozado. Los habitantes no solo son conscientes de la pérdida de sus casas, sino de la catástrofe artística y arquitectónica que ha dejado una de las fallas con más actividad sísmica de Italia.

"Más de la mitad de la ciudad, y probablemente la parte más antigua, ha desaparecido por completo", explica Emilio Fraile. "Todos los edificios que han caído en la calle principal eran viviendas construidas mucho antes de que existiera la arquitectura a prueba de terremotos".

Sin luz y con las líneas telefónicas colapsadas, los equipos de rescate, conformados por Protección Civil, policía local, policía nacional, militares y carabinieri „ continuaron trabajando durante la noche, y así harán durante varias semanas. Además, la Cruz Roja italiana dispuso un hospital de campaña y dos camiones cargados con material para que los habitantes pudieran pasar la noche bajo techo. "Mientras esperábamos en un atasco provocado por los cortes en la carretera, varios camiones con generadores y focos se dirigían hacia Amatrice", describe Emilio Fraile. "Más que un pueblo, parecía una zona de guerra destruida en pleno combate".

Lo único que se mantiene inalterable a tantas horas de trabajo e inquietud es el reloj de la Torre Cívica, congelado a las 03.38 horas. El momento exacto de la noche en la que Amatrice pasó de ser una turística ciudad medieval a un escenario que recordaba a la catástrofe de Pompeya que, paradójicamente, ocurrió en la misma fecha 1.937 años atrás.