Los llamaban 'likvidátor', 'liquidadores'. Héroes que, en mangas de camisa, sirvieron de escudo humano contra la radiación que se escapó por las brechas del IV reactor de la central nuclear de Chernobil, en la antigua Unión Soviética, la madrugada del 26 de abril de 1986. De su hazaña, y de una explosión de consecuencias equivalentes a más de cien bombas atómicas que causó el más grave accidente nuclear registrado hasta la fecha, se cumplen hoy 30 años de historia.

Entre las cifras que desde entonces describen el horror nuclear de Chernobil, las estadísticas oficiales suman más de 100.000 muertos, y hablan de millones de personas que, aún hoy, viven afectadas por la radiación.

A diferencia de los operarios que, tras el accidente causado por el terremoto y el maremoto que prácticamente asolaron el este de Japón, hoy trabajan en la central de Fukushima, los 'likvidátor' soviéticos no disponían de equipos ignífugos ni guantes, máscaras o botas especiales para protegerse de la radiación mientras trataban de contener el incendio declarado en el reactor. "Son héroes, igual que los veteranos de guerra", afirmaba el presidente de la Unión Chernobil de Rusia (UCR), Viacheslav Grishin.

"Las sociedades rusa, ucraniana y bielorrusa reconocen su hazaña, pero el Estado no la valora en su justa medida. Las medallas no les dan para vivir una vida digna. Es una gran injusticia", sentenciaba. De los miles de liquidadores que participaron en la extinción del fuego y en la construcción del sarcófago de hormigón que cubre el reactor, Chernobil condenó a 62.000 de ellos a la invalidez.

Si las autoridades al mando viven hoy de espaldas a las víctimas, como denuncia Grishin, durante las primeras horas tras la catástrofe nuclear tampoco se hicieron cargo de la gravedad del accidente en Chernobil, la tercera planta nuclear soviética, la considerada más segura y que, además de energía, producía plutonio para uso militar.

La primera explosión fue documentada a las 01.23.48 horas del 26 de abril, pero el Gobierno soviético sólo admitió la catástrofe, bajo presión internacional, el 28 de abril. Los empleados de la central nuclear sueca de Forsmark, a 1.100 kilómetros de Chernobil, fueron los primeros en dar la alarma.

Para entonces, tras una primera explosión que lanzó al aire la cubierta del mil toneladas del reactor, y una segunda que desencadenó el incendio, la nube radiactiva había alcanzado ya Bielorrusia, antes de continuar hacia Escandinavia, Austria, Alemania y el Reino Unido. Los primeros 40.000 habitantes de la cercana ciudad de Prípiat, parada en el tiempo tras la catástrofe, fueron evacuados 36 horas después del accidente, dando inicio al éxodo de más de 135.000 personas afectadas ya por la radiación.

Vista aérea de la central nuclear tras el accidente. Foto: Reuters

Treinta años después del desastre nuclear, Chernobil se ha convertido "en un laboratorio tremendo", añade el catedrático de Química Física, "en el que se dan enfermedades y procesos que no aparecen en otro sitio del mundo", explica el catedrático de Química Analítica Santiago García-Granda.

Con la explosión se liberaron seis toneladas de dióxido de uranio, además de sustancias como el cesio 137 (con una vida media de 30 años) o el plutonio 239 (con miles de años de vida). Tras quedar depositados en el suelo fueron a parar a los ríos con la lluvia, llegando a contaminar, según Greenpeace, más de 45.000 kilómetros cuadrados de cultivos. En el cuidado de la salud de la población cercana a la zona de exclusión de la central y en la "remediación" del suelo, la Unión Europea (UE) ha invertido ya más de 500 millones de euros.

El nuevo sarcófago

Durante los 30 años transcurridos desde la catástrofe nuclear, la solidaridad de los europeos no se ha canalizado únicamente a través de la vía económica. Verano tras verano muchas familias españolas, varias de ellas asturianas, han acogido casi como hijos propios a los llamados 'niños de Chernobil'. Menores que llevan a la espalda la trágica historia de destrucción, muerte, malformaciones y desarraigo que se escribe de forma paralela a la crónica del accidente. Más lejos, al otro lado del océano Atlántico, el Hospital Pediátrico de Tarará (Cuba) llegó a ser propuesto en 2007 al premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional por su programa de atención médica a niños relacionados con el accidente de Chernobil.

Chernobil y Prípiat, que antes del accidente eran el hogar de más de 60.000 personas, son veinticinco años después de la catástrofe dos ciudades fantasma en la Óblast (región) de Kiev, cerca de la frontera con Bielorrusia. Incluidas en la zona de exclusión de la central nuclear -un área de 30 kilómetros cuadrados en torno al sitio del reactor-, desde el año 2002 se ha convertido en destino para los turistas.

Aún hoy el gigantesco cubo de hormigón que cubre los restos del IV reactor es la única carrera para los 16 millones de curies de radiactividad que se calcula hay encerrados en su interior. Construido a toda prisa y terminado seis meses después del accidente nuclear -los 'likvidátor' fueron también los responsables de esta obra-, sólo seis años después de la catástrofe, en 1992 y después de la desintegración de la URSS, las autoridades ucranianas se plantearon su renovación.

Las obras del 'nuevo sarcófago seguro', con un alto grado de peligrosidad debido a la radiación, comenzaron en 2010 a cargo del consorcio francés Novarka. La estructura,que estará finalizada en 2017, tendrá una altura de 108 metros y una longitud de 150, con un coste estimado de 990 millones de euros. A esa cifra habrá que sumar otros 550 millones para hacer, del nuevo sarcófago, un refugio seguro.

Imagen del nuevo sarcófago. Foto: EFE

Tres décadas después del mayor desastre nuclear registrado, la terrible sombra de Chernobil continúa presente, ya que 400 kilos de plutonio permanecen en las ruinas del reactor accidentado. En palabras del director general de la central, Ígor Gramotkin, "nos enfrentamos a un gran número de incógnitas. No sabemos con qué nos vamos a encontrar".