La demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump fueron los ganadores del supermartes, la más densa jornada de primarias del calendario. Tanto Clinton como Trump se impusieron en siete de las once citas electorales, lo que les permite seguir liderando con comodidad la carrera hacia la Casa Blanca, aunque con mayor holgura la ex primera dama.

El rival de Clinton, el socialista democrático Bernie Sanders, se alzó con resultados mucho mejores de lo esperado. Se daba por descontada su estratosférica victoria en Vermont, por donde es senador, pero no las otras tres: Minnesota, Oklahoma y Colorado, que revelan que su mensaje sobre una sociedad diferente -basado en principios asimilables a los de las socialdemocracias europeas avanzadas- puede calar en cualquier latitud de Estados Unidos.

A estas alturas de la carrera, las cinco victorias logradas por el veterano Sanders le garantizan que podrá seguir difundiendo su mensaje hasta junio. Y eso es mucho tiempo -quedan aún por votar 35 de los 50 estados- para un hombre que ayer mismo afirmaba que las primarias "no van sólo de elecciones, sino de exponer los principios de una revolución política".

Clinton consiguió, por su parte, cómodas victorias en Texas (65,2%), Georgia (71,3%), Tennessee (66,1%), Virginia (64,3%), Alabama (77,8%) y la Arkansas (66,3%) de la que fue gobernador su marido, el expresidente Bill Clinton, y en la que desarrolló la mayor parte de su carrera como abogada. La exsecretaria de Estado demostró que se mueve con mucha soltura en el sur, donde tiene garantizado el caladero del voto afroamericano.

Su séptima victoria, conseguida en Massachusetts, fue mucho más estrecha (50,1% frente al 48,7% de Sanders), pero tiene la importancia de poner de manifiesto -después de su derrota en New Hampshire, el pasado 9 de febrero- que también puede exhibir sus credenciales en la progresista Costa Este, donde aún quedan numerosos duelos por disputarse.

En el bando republicano, Trump siguió demostrando que es el candidato que mejor canaliza el descontento de la derecha estadounidense tras ocho años de gobiernos reformistas del presidente Obama. El magnate se impuso con facilidad en Georgia (38,8%), Tennessee (38,9%) y Alabama (43,4%), corroborando lo que ya había adelantado el 20 de febrero en Carolina del Sur: que los estados meridionales se le dan bien. También se impuso con holgura (49,3%) en Massachusetts, donde el electorado republicano, como en toda la Costa Este, tiende a ser minoritario y, por tanto, a excitarse con facilidad. Más difícil le fue llevarse el gato al agua en Virginia (34,7%), donde el floridano Marco Rubio (31,9%) se había empleado a fondo la última semana. Vermont (32,7%) y Arkansas (32,7%) se le resistieron más, esta última por la buena actuación del texano Ted Cruz (30,4%).

Cruz fue la gran sorpresa, no solo por sus tres victorias (Texas, Oklahoma, Alaska) sino porque, en conjunto, se hizo con un importante número de delegados, que le permite romper a su favor el empate de segundones con Rubio y ponerse en línea para desbancar al floridano como candidato favorito del aparato. Pese a todo, Rubio rompió su racha y se alzó con su primera victoria, en Minnesota.