Quién es más progresista y quién más prolatino. Sobre esas dos "etiquetas" pivota la nueva batalla entre los aspirantes demócratas a la Casa Blanca, el senador Bernie Sanders y la exsecretaria de Estado Hillary Clinton, cuya carrera hacia la candidatura presidencial está cada vez más apretada.

Tras la primera toma de contacto en los caucus de Iowa, en los que Clinton se llevó la victoria por un estrechísimo margen, las encuestas de cara a las primarias de Nuevo Hampshire, el siguiente estado en votar, sugieren que Sanders puede causarle más problemas de lo esperado.

El mensaje del senador por Vermont, que sin temor se autoproclama socialista, ha logrado calar en la base del Partido Demócrata y entre los más jóvenes, poniendo en jaque a Clinton.

Ante lo ajustado de los resultados y de las encuestas, los dos adversarios acordaron celebrar otros cuatro debates más de lo establecido en el periodo de primarias, y el primero de ellos tuvo lugar el pasado jueves, siendo fiel reflejo de la pelea por el "progresismo" de ambos contendientes.

Tanto así, que los dos candidatos demócratas dedicaron gran parte de la batalla dialéctica a definir el concepto de "progresista", el nuevo adjetivo favorito de la izquierda del Partido Demócrata.

Pero Sanders, que goza de un enorme predicamento entre las bases más izquierdistas del partido, acusó a Clinton de depender de las grandes empresas y de Wall Street, de donde provienen muchos de los fondos de su campaña, y presumió, por el contrario, de ser "el único candidato aquí que no tiene un SuperPAC".