Fátima se ha pegado en el pecho un cartel que dice "Sígueme" en ingles, pero Fátima habla francés. Una familia acaba de bajar de un tren en la estación central de Copenhague, la capital de Dinamarca, y se le ha acercado. Ella conversa con el matrimonio recién llegado. La mujer empuja un carricoche y el hombre carga con dos mochilas de colores. Fátima les ha dicho que en el vestíbulo de la estación les atenderán sus compañeros, que también son cooperantes.

Los dos adultos y el niño toman la escalera mecánica y se encuentran con un centro comercial en el que huele a comida recién hecha y que se ha convertido de la mañana a la tarde en el centro de refugiados sirios que no quiere ni ver el gobierno danés. Lo explica Amir Alí. Otro voluntario. Todo lo que allí hay lo ha llevado el pueblo de Copenhague. Nada viene de parte de unos gobernantes que se dicen liberales, pero cuyo principal aliado es el ultraderechista y xenófobo Partido Popular Danés.

Lo que hay son montones de bolsas de plástico llenas de ropa y clasificadas por edades: "Little, Adult...". También hay una mesa donde se preparan platos de comida rápida ("fast food") que los voluntarios como Fátima o Amir sirven a esos desconocidos que acaban de llegar a la capital danesa. Son pocos, unos dos centenares y van camino de Suecia, que está a a un paso de Copenhague. Necesitan ayuda y la logran del pueblo danés. Hay traductores, miembros de la Cruz Roja... Tres mujeres descansan junto a una montaña de botellines de agua. Una de ellas intenta abrir uno de ellos, pero no puede. Rompe a llorar. Se lleva las manos a la cabeza y una de sus compañeras soluciona el problema. Ninguna de las tres habla inglés. Al final, las tres sonríen.

El mundo encima

Amir Alí es ciudadano danés. Lo quiere dejar claro. "Mis padres son iraquíes, pero yo nací en Copenhague. Hablo árabe y por eso estoy aquí. Otros han venido para traer ropa o comida". Hay montones de comida y los voluntarios tienen que organizarse. Un miembro de la Cruz Roja habilita un teléfono para los periodistas. Todo esto se ha montado en pocos minutos. Por la mañana, la estación central de Copenhague parecía ajena al mundo, pero el mundo, en pocas horas, se le ha echado encima.

Los viajeros que llegan por la tarde a la ciudad se han dado de bruces con las decenas de refugiados. Algunos pasan de largo, con indiferencia. Otros les aplauden. También a los voluntarios como Amir Alí o Fátima. Ellos sonríen. "Ponlo claro: ha sido la gente de la ciudad la que se ha volcado. Nada de esto lo trae el gobierno", insiste Amir.

Al otro lado de la calle, a unos pocos metros de la estación ferroviaria, el histórico parque de atracciones Tívoli es un bosque repleto de gritos. Tiene el tiovivo mas alto del mundo. El vértigo desata pasiones.