Las elecciones del sábado en Pakistán fueron las primeras en que un gobierno civil dará paso a otro del mismo carácter tras agotar su mandato pero el nuevo Ejecutivo deberá sintonizar con el Ejército, que supervisa al poder político en el país.

El estamento militar ha dado tres golpes de Estado que le han permitido gobernar durante 33 de los 66 años transcurridos desde la independencia del país, donde ha determinado en el resto del tiempo las decisiones clave en asuntos de seguridad y política exterior.

La última principal víctima de ese papel castrense fue el líder de la Liga Musulmana de Pakistán-N (PML-N) y -según el escrutinio aún provisional de la votación de ayer- virtual nuevo jefe de Gobierno, el conservador y dos veces primer ministro Nawaz Sharif.

En el segundo de sus mandatos, Sharif fue en 1999 encarcelado y tuvo que exiliarse a Arabia Saudí tras cesar al en aquel momento jefe de las Fuerzas Armadas, general Pervez Musharraf, por invadir Cachemira, región que Pakistán se disputa con la vecina India.

Musharraf asumió a continuación la jefatura del Estado, que ocupó hasta 2008, cuando devolvió el poder a la clase política.

Desde entonces, el Ejército se ha mantenido en los cuarteles pero sin dejar de tener la última palabra en las decisiones más sensibles del Gabinete, y la incógnita se centra en su grado de entendimiento con Sharif una vez que este recupere la jefatura del Gobierno.

En declaraciones a Efe, el analista y general retirado Talat Masud se mostró convencido de que "la relación será buena porque ambas partes se necesitan, tienen que trabajar juntas y han aprendido de experiencias anteriores que no han sido positivas".

Masud fue más lejos, y auguró que "el Ejército no va tener la misma preponderancia sobre la política, y su papel va a cambiar".

Para el portavoz de la principal red de observación civil de los comicios, FAFEN, Abdul Ahad, "el Ejercito se ha mostrado al menos neutral durante el proceso electoral", y lo atribuyó a que "ha comprendido que no deber cometer los errores del pasado".

"El Ejército no está por más aventuras", zanjó.

En parecidos términos se expresó un diplomático europeo, que destacó que antes de las elecciones el jefe del Ejercito, general Ashfaq Pervez Kiyani, hizo saber a los líderes políticos que los militares permitirán gobernar al ejecutivo que saliera de las urnas pero sin traspasar "determinadas líneas rojas" en cuestiones relacionadas con la lucha contra la violencia política.

Una cuestión esta última que en Pakistán es poliédrica -tiene origen secesionista, islamista y sectario- y con implicaciones exteriores.

La fuente recordó que el último choque importante entre el poder político y el militar lo desencadenó hace dos años la muerte del líder de la red terrorista Al Qaeda, Osama Bin Laden, en una incursión de comandos de EEUU en la ciudad de Abbottabad, al norte de Islamabad, donde estaba escondido.

Tras la operación, el embajador paquistaní en EEUU, Hussain Haqqani, remitió a Washington una carta solicitando ayuda ante "el ruido de sables" que había en Islamabad debido al malestar del Ejército por la débil protesta del gobierno ante la incursión estadounidense.

Un inesperado viaje a Dubai del autor de la carta y presidente paquistaní, Asif Ali Zardari, para "hacerse un chequeo médico", redobló las versiones de que se avecinaba una asonada aunque la crisis finalmente se resolvió con la dimisión de Haqqani.

Según la mencionada fuente diplomática, "el régimen de tambaleó. Los tiempos no están para eso pero hace años hubiera pasado cualquier cosa".