El minero Omar Reygadas, uno de 'los 33 de Atacama', recuerda con emoción el rescate en la mina San José. Reconoce que en los 70 días de encierro bajo tierra sufrieron lo indecible, pero asegura que nunca perdieron la esperanza de salir a la superficie.

"Desde el principio sabíamos que no iban a dejarnos dentro, que nos iban a sacar, vivos o muertos, pero nos iban a sacar", explica Reygadas, de 57 años, en una entrevista con Efe.

En el patio del Museo Regional de Copiapó, Reygadas observa con una mezcla de alivio y nostalgia la cápsula "Fénix 2", la misma que se utilizó en un mediático operativo de rescate cuyo primer aniversario se conmemorará mañana en el norte de Chile.

"Nos encomendamos mucho a Dios", señala este veterano trabajador, que recuerda la explosión de alegría cuando el 22 de agosto del pasado año una de las sondas perforó la roca y llegó hasta el refugio donde los trabajadores permanecían incomunicados y casi sin comida desde hacía 17 días.

"El día que llegó la sonda fue el más feliz de nuestras vidas, más que cuando salimos de la mina. Ahí vimos que teníamos posibilidades de salir. Lo que más nos angustiaba era no poder comunicarnos", relata.

Después de que arriba recibieran el mensaje "Estamos bien en el refugio los 33", con varias sondas mandando agua, ropa y comida, y con tres perforadoras agujereando la roca, el principal motivo de angustia pasó a ser el mal estado de la mina San José.

"Unos días antes de salir hubo explosiones en el interior del cerro, ese fue el momento en que más susto pasamos. Tuvimos mucho miedo", señala Reygadas.

Del 13 de octubre de 2010, cuando se convirtió en el decimoséptimo minero en emerger a la superficie, recuerda "la luz y el aire fresco" y la desesperación porque no veía a uno de sus hijos que le había prometido que lo esperaría arriba.

"Veía a un tipo con una cámara frente a mi pero yo quería abrazar a mi hijo. Lo buscaba por todas partes pero no lo encontraba, hasta que vi que era él quien filmaba mi salida porque es camarógrafo", explica.

Desde ese día, la vida de Omar Reygadas, como la del resto de sus compañeros, ha cambiado radicalmente.

"He pasado de ser un minero anónimo a una persona conocida en muchos sitios", reconoce.

A los 57 años, con cinco hijos ya mayores, 14 nietos y 4 bisnietos, Reygadas ha dedicado buena parte del último año a viajar, respondiendo a las invitaciones que les han llovido de medio mundo tras el épico rescate.

Pero además, Reygadas ha aprovechado su experiencia minera y su fluidez oratoria para dictar conferencias de motivación a jóvenes en Guatemala, Costa Rica, Estados Unidos y Canadá.

Y si algún día estas ofertas escasean, buscará nuevamente un trabajo estable, incluso en otro yacimiento, el hábitat donde ha pasado cerca de 30 años de su vida.

Especialista en el manejo de maquinaria pesada, Reygadas proviene de una familia minera y su padre le inculcó cuando era pequeño la pasión por este duro y sacrificado oficio.

"Me gusta la minería y no descarto volver. La maquinaria que opero se ocupa también en otros sectores, pero me gusta la mina subterránea. Hay mas emoción. Supongo que llevo en la sangre lo de estar metido en un hoyo", confiesa.

De hecho, dos meses después de ser rescatado le llegó una oferta para ejercer como jefe de turno en un yacimiento, aunque su familia le convenció de que la rechazara.

Más allá de la fama y los viajes, la mayoría de los 33 mineros de Atacama atraviesan por una situación económica delicada y conviven aún con secuelas físicas y psicológicas que les causó el prolongado encierro.

"Los viajes han sido invitaciones. La gente piensa que tenemos los bolsillos llenos de plata para salir de vacaciones y no trabajar más, y no es así", asegura.

Reygadas posee una vivienda que alquila. Eso le proporciona algunos ingresos y "un poco de tranquilidad", pero reconoce que la situación de algunos de sus compañeros, con hijos pequeños y muchas deudas, es bastante lamentable.

El futuro de estos trabajadores del norte chileno es incierto. Hay proyectos para llevar al cine su historia, y también demandas millonarias contra los dueños de la mina San José y el Estado chileno por su responsabilidad en el derrumbe, pero ambas iniciativas marchan lentamente.

"Vamos a seguir luchando hasta lograr algo. Si alguno de nosotros bajara los brazos, sería terrible, sería como volver nuevamente al encierro".