La utopía agraria que quiso implantar el Jemer Rojo en Camboya persiste todavía en las aldeas de los últimos bastiones de la guerrilla, donde los viejos combatientes, reciclados a campesinos, mantienen sus comunidades organizadas con disciplina militar y espíritu cooperativo.

Así es como tiran adelante un centenar de familias de Kumrieng, cerca de la vieja plaza fuerte de Pailin, donde los maoístas camboyanos instalaron a sus soldados mutilados por las minas que ellos mismos habían fabricado y enterrado.

"Nos trajeron en 1993 cuando esto era todo selva. Nos construimos las casas, nos repartimos la tierra y entre todos la trabajamos. Algunos eran ciegos, a otros nos faltaba alguna pierna. Teníamos que ayudarnos", explica a Efe Jut Phan, el jefe de la comunidad.

Su segundo, Hom Chhay, precisa: "No cumplíamos ninguna orden. Nos ayudábamos porque así lo teníamos inculcado por el Jemer Rojo".

Más al norte, en Sompou Lun, los profesores de la escuela llaman "mamá" a su directora, Sem Nem, una ex guerrillera que dirige a su personal con la misma rectitud que aprendió de sus tiempos de combatiente.

Con ellos trabaja la psicóloga Chea Dany, quien asegura: "Cuando les propongo algún trabajo lo hacen enseguida. Si no lo consiguen, se disculpan. En otros sitios, en cambio, te engañan y buscan excusas".

Quien también ve más facilidades en el trabajo en antiguas aldeas del Jemer Rojo es Sor, que perdió sus dos piernas por el estallido de una mina y ahora asiste a los mutilados de Kumrieng desde Arrupe, el centro de ayuda a los discapacitados creado por el jesuita español Kike Figaredo.

"Es mejor trabajar con ellos. Están organizados y son disciplinados. Si les prestas algo, lo devuelven siempre a tiempo", explica Sor.

Igual de pobres

A primera vista, las aldeas Jemer Rojo no se distinguen en lo que a pobreza se refiere de las del resto del país: las mismas chozas de madera y el campo como fuente de recursos.

Con las armas en silencio, la entonces tupida selva de Pailin es hoy una zona dedicada al cultivo de patatas y maíz, mientras los templos y monjes perseguidos sin piedad durante el régimen florecen por todas partes.

La diferencia está en el comportamiento de sus habitantes, que hacen gala de una organización y disciplina de la que carece el resto del país, víctima aún de la devastación causada por el régimen que lideró Pol Pot y cuyas purgas acabaron con la vida de casi dos millones de camboyanos.

"Tenemos un tractor y lo compartimos entre todos. Si alguien tiene dificultades por devolver dinero prestado entre todos le ayudamos", indica Jut.

Pero los tiempos cambian y este modelo de vida cooperativo empieza a flaquear.

"Se han dedicado siempre a trabajar el campo y todo era de la comunidad. Pero ahora tienen que hacer negocios, ganarse la vida por su cuenta y no saben cómo hacerlo", apunta Dany.

Desarme de 1996

Los cambios empezaron con el desarme de la guerrilla en 1996, que propició la integración en el Gobierno de los antiguos líderes del Jemer Rojo, pero al mismo tiempo acabó con las ayudas que recibían los militantes de base.

Con la pacificación y el auge del intercambio comercial con Tailandia se inició una migración de camboyanos del interior del país, que aceleró el cambio de modelo social, no sin problemas de convivencia.

"Para los jemeres rojos, el resto de camboyanos ya no eran camboyanos, eran vietnamitas. Para la gente del Gobierno, el Jemer Rojo eran aquellos que mataron a sus familiares", recuerda Dany.

Discrepa con él Som Seth, quien fue a buscar fortuna a tierra hostil pero perdió una pierna: "Al principio intentaron matarme pero desde que manda (el primer ministro) Hun Sen se vive mejor".