Fuego real, balas recubiertas de caucho o tubos de gas lacrimógeno lanzados contra el cuerpo son términos familiares para los habitantes del poblado cisjordano de Bilín que desde hace cuatro años se manifiestan cada viernes, junto con activistas israelíes e internacionales, en protesta contra el muro de separación que cruza sus tierras.

El Ejército israelí defiende que se trata de "medios permitidos por el Derecho Internacional sobre los que existen pautas de acción y utilización destinadas a garantizar un uso proporcional y mesurado", en el contexto de protestas "violentas e ilegales".

"Bilín es el gran laboratorio de experimentación y oportunidades de mercado del Ejército israelí", refuta Kobi Snitz, uno de los escasos pero activos israelíes que acude religiosamente a la cita contra la barrera, que rodea suelo palestino en beneficio del cercano asentamiento judío de Modiín Ilit.

En Bilín, como en otras localidades cisjordanas escenario de protestas (Nilín, Yayus, Budrus...), los soldados israelíes han retomado desde principios de año el rifle Ruger, cuyo empleo había prohibido el mando militar al principio de la Segunda Intifada tras haber causado la muerte a varios menores en Gaza, denuncia la ONG israelí Betselem.

En 2001, el entonces abogado militar general, Menajem Finkelstein, clasificó el arma como letal tras comprobar en un experimento de campo que las tropas recurrían al gatillo con una ligereza impropia de quien abre fuego contra manifestantes.

"El error fue que el Ruger acabó viéndose como un medio para dispersar manifestantes, contrariamente a su denominación original como un arma como cualquier otra", señalaba entonces un alto mando militar israelí al diario "Haaretz".

El Ejército israelí reconoce que utiliza municiones Ruger en las manifestaciones, pero "no para dispersarlas", y bajo reglas de uso "de lo más estrictas", con "las mismas limitaciones exactamente que rigen sobre el disparo de fuego regular".

En su nueva etapa, el Ruger ha dejado sólo varios heridos, pero un medio de contención a priori menos peligroso -las balas de acero recubiertas por una fina capa de caucho- se han cobrado en casi nueve años la vida de 21 manifestantes, según datos de Betselem.

En 19 casos la muerte se debió al empleo "incontrolado" e "ilegal" de la munición, como disparos desde muy corta distancia, contra niños o a la parte superior del cuerpo, agrega.

"Estas prácticas se han convertido en algo común entre las fuerzas de seguridad", entre otros motivos, porque "nunca se responsabiliza" a los autores del "uso ilegal" de esa munición, que "a menudo" se hace siguiendo instrucciones o con el consentimiento de su superior, denuncia la ONG.

En otros casos, el problema no reside en el arma, sino en su empleo, que convierte en letal lo que no debería ser más que una herramienta antidisturbios como las habituales en otros países.

Es el caso de los botes de gas lacrimógeno, que deberían ser lanzados hacia arriba con una trayectoria curvilínea, pero que testimonios y documentos gráficos muestran cómo se disparan con frecuencia en horizontal y apuntando al cuerpo.

A esto se une que el Ejército ha introducido recientemente un nuevo cartucho para el gas, de mayor alcance.

"Lo llaman bote de humo, pero desde luego mata a gente si se dispara desde muy cerca", señala Waqi Bornat, otro de los participantes en las protestas.

"No se puede ver cuándo lo lanzan. Sólo lo oyes pasar a tu lado", agrega Nasir Samara, del Comité Popular de Bilín.

Precisamente el impacto en el pecho de ese nuevo artefacto mató el pasado día 17 en Bilín al palestino Basem Abu Rahme, de 29 años, e hirió de gravedad en el rostro, un mes antes en Nilín, al activista estadounidense Tristan Anderson, de 37.

En ambos casos, el Ejército israelí ha concluido las investigaciones internas sin consecuencias para los autores por considerar que "no existió propósito de herir a los manifestantes" ni se realizó "disparo directo" alguno.