Barack Obama no se convertirá en el 44º presidente de los Estados Unidos hasta el próximo 20 de enero. De aquí a entonces tendrá que tener perfiladas propuestas de acción claras para los principales problemas que aquejan el país. Y aunque la tendencia de los europeos es a ver, antes que nada, la dimensión mundial de la política estadounidense, la prioridad de Obama se tiene que centrar sin duda ninguna en los asuntos interiores, en la "guerra", como la definió en Chicago, contra la crisis que con tanta dureza golpea al país.

Sin tiempo para deleitarse en su triunfo, el senador de Illinois mantuvo en las últimas horas contactos con mandatarios de todo el mundo, entre ellos el ex presidente George W. Bush y el Papa Benedicto XVI.

A partir de ahora, al dirigente demócrata le va a tocar aplicar buena parte del plan de rescate de bancos en dificultades, cuyo importe de 700.000 millones de dólares hará que se multiplique por dos el déficit público previsto para 2008, lo que podría elevarlo a un peligroso 6% del PIB.

Luchar contra el déficit es uno de los objetivos del nuevo presidente demócrata, que, sin embargo, no se hace ilusiones: la guerra contra el terrorismo, la herencia de Bush, la crisis financiera y la aplicación de las políticas sociales prometidas -sanidad, educación- relegan al horizonte de una década la recuperación del equilibrio presupuestario conseguido por Clinton en los años 90.

En segundo lugar, tendrá que poner en marcha un segundo plan de rescate de la economía, la parte de las previsiones de auxilio destinada a combatir los efectos de la crisis en los bolsillos de los ciudadanos y en las actividades de las empresas. Pactarlo no será fácil, pero en favor de Obama cuentan las mayorías demócratas en el Senado y en la Cámara de Representantes, que el martes se vieron seriamente reforzadas.

De lo atinado del planeamiento y ejecución de este segundo plan depende tanto que el porcentaje de desempleo no se dispare como que el déficit comercial se mantenga en niveles no desestabilizadores.

Ahora bien, en una economía globalizada, las acciones de un país, aunque sea tan poderoso como Estados Unidos, corren el riesgo de quedar ahogadas en el mar de las turbulencias internacionales si no se diseñan y ejecutan de acuerdo con los principales socios extranjeros.

Cuando Obama llegue a la Casa Blanca, el camino hacia el resideño del sistema financiero internacional ya habrá sido abierto por la Conferencia de Washington, en la que, de todas maneras, su equipo estará influyendo a través de los mecanismos de transición puestos en marcha ayer mismo.

La previsible conjunción de esfuerzos financieros entre Estados Unidos y sus aliados es, en unión de la llegada de una cara nueva a la Casa Blanca, la mejor oportunidad para restañar las heridas abiertas por la guerra de Irak. En puridad, nadie tiene que pedir perdón a nadie para introducir mayores dosis de multilateralidad y acabar con el aventurerismo unilateral de Bush. Se trata tan sólo de que las partes actúen con naturalidad, como si nada hubiera ocurrido. Apreciación que vale también para las relaciones bilaterales con España.

Es casi seguro, pues, que la normalidad diplomática estará asegurada. Incluso puede apuntarse que no sería mal momento para refundar la Organización de Naciones Unidas (ONU) y dejar, de esa manera, clausurados todos los agravios derivados de la voluntad de la administración Bush de convertirla en una ONG.

El problema es que, consciente del peligro creciente del polvorín asiático, Obama pretende reforzar de modo muy sustancial la lucha contra los rebeldes islámicos en Afganistán, transfiriendo tropas desde el encarrilado Irak y solicitando una importante aportación de medios y efectivos a sus aliados europeos. Y ni los gobiernos de Europa ni sus opiniones públicas parecen estar por la labor.

Lucha contra la crisis

De aquí podría, pues, llegar el primer fracaso de Obama. Claro que un tropezón en el exterior, por grave que fuera, no sería nada comparado con un fracaso en la lucha contra una crisis financiera y económica tan heredada de Bush como las guerras exteriores. El primer presidente negro de la historia de Estados Unidos tiene que demostrar a todos sus conciudadanos que la alegría por el cambio no puede llegar sólo de las filas de quienes veneran las luchas por los derechos civiles.

El gran reto de Barack Obama, sin el que sus políticas exteriores e interiores quedarían cojas, es saber recoger el guante de colaboración dejado caer por los republicanos. Especialista como es en la forja de coaliciones, Obama no puede fracasar en la consolidación de una amplia mayoría bipartidista que, como un solo hombre, saque al país del pozo en el que le ha sumido Bush.