El cambio promete ser abrumador. No solamente representa un reemplazo de republicanos a demócratas, también representa un relevo racial y generacional.

En los últimos días ya se había empezado a conjeturar sobre el equipo que Obama traerá al número 1600 de Pennsylvania Avenue. Las apuestas favorecen a Rahm Emanuel, el jefe del grupo parlamentario demócrata en la Cámara de Representantes, para ocupar el puesto clave de jefe de Gabinete.

Otros nombres que se apuntan son los del gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, o la asesora de Política Exterior de la campaña de Obama, Susan Rice, para la Secretaría de Estado.

O, como portavoces de la Casa Blanca, Stephanie Cutler, que fue secretaria de prensa del ex candidato demócrata John Kerry, o Robin Gibbs, que ha hablado por Obama a lo largo de toda la campaña.

Lo que sí está claro, según los analistas, es que Obama querrá moverse rápido en el proceso de transición.

En el recuerdo de los demócratas está el retraso de Bill Clinton tras su elección presidencial en 1992 a la hora de nombrar a sus cargos principales, lo que ya le hizo entrar con mal pie en los primeros meses de su mandato y acabar teniendo unos dos primeros años desastrosos.

El equipo de transición de Obama, encabezado por el ex jefe de Gabinete de Clinton John Podesta, se encuentra en contacto directo desde hace semanas con el Consejo de Coordinación de la Transición (TCC) de la Casa Blanca de Bush.

Entre otros aspectos, la Casa Blanca ha facilitado que los candidatos reciban sesiones informativas sobre los trabajos de los servicios de Inteligencia, sobre cuestiones de seguridad nacional y sobre la crisis financiera.

Precisamente, esta última será la tarea más urgente que aguarde al ganador de las elecciones de hoy.

En apenas diez días se celebrará en Washington una cumbre del G-20, los países más desarrollados y las principales economías en desarrollo, para tratar sobre posibles soluciones a la crisis financiera global.

La Casa Blanca ya ha dejado claro que no espera que el vencedor participe de modo directo en la reunión en Washington. Obama ha indicado, por su parte, que dejará el protagonismo a George W. Bush, el actual presidente, para evitar una bicefalia en las negociaciones.

Aun así, según ha explicado la portavoz de la Casa Blanca, Dana Perino, la representación estadounidense buscará las opiniones del presidente electo.

Aunque el nuevo presidente no asumirá su cargo hasta el 20 de enero, durante estos meses de transición tendrá también que empezar a prepararse para decisiones que pueden resultar muy duras, en especial en lo que respecta a las guerras en Irak y Afganistán.

A lo largo de su campaña, Obama ha prometido que pondría fin a la guerra en Irak lo antes posible, si bien a medida que han ido pasando los meses ha suavizado su postura y ha pasado de un plazo tajante de 16 meses a indicar que el principal factor serán las condiciones sobre el terreno.

Obama también ha prometido que dará prioridad al conflicto en Afganistán, donde contempla el envío de refuerzos a las tropas estadounidenses.

Las negociaciones sobre el futuro de las tropas estadounidenses en Irak están aún en el alero, y los funcionarios en Washington son cada vez más pesimistas de que puedan resolverse antes de fin de año, cuando expira el mandato de la ONU que regula esa presencia.

La actitud que pueda adoptar el presidente electo será importante para el éxito de esas conversaciones.

Tras ocho años de una Casa Blanca muy criticada en el exterior, será interesante también ver cómo se desarrollan los primeros meses de una Administración Obama y qué gestos hace hacia la comunidad internacional. Será significativo, por ejemplo, cuándo y dónde haga sus primeros viajes.

De momento, las primeras señales son buenas. La Bolsa de Nueva York cerró hoy con una subida del 2 por ciento, en un mensaje de optimismo sobre el relevo, finalmente, en la Casa Blanca.