Los tres artefactos, de fabricación artesanal, fueron activados a distancia por medio de teléfonos móviles, detalló la Policía, que atribuyó los atentados a grupos insurgentes musulmanes, aunque éstos no han asumido la autoría.

La primera bomba, oculta en un cubo de basura, fue detonada al mediodía delante de una cafetería próxima a un edificio gubernamental donde autoridades locales celebraban una reunión.

Poco después, dos artefactos, uno colocado en un coche y otro en una motocicleta, hicieron explosión en un aparcamiento situado cerca de un concurrido mercado de abastos.

Tras los ataques, las fuerzas de seguridad cortaron la señal de teléfonos móviles para impedir que se perpetraran otros atentados en el distrito de Sukhirin, próximo a la frontera con Malasia.

Cerca de 3.500 personas han perdido la vida en el sur de Tailandia desde que grupos rebeldes islámicos reanudaron la lucha armada en enero de 2004, tras una década de escasa actividad guerrillera.

Los ataques con armas ligeras, asesinatos y atentados con bomba se suceden a diario en las tres provincias de mayoría musulmana de Narathiwat, Pattani y Yala, pese al despliegue de 31.000 agentes de las fuerzas de seguridad.

El estado de excepción que rige desde 2005 fue recientemente prorrogado un año más.

A principios de 2008, el Gobierno tailandés admitió por primera vez la relación entre la red terrorista internacional Al Qaeda y los rebeldes, y reconoció que la situación ha empeorado desde que éstos reciben armas y dinero procedentes del narcotráfico.