El "no" irlandés al Tratado de Lisboa vuelve a colocar a Europa ante el vacío, y ello en el peor de los momentos, con la crisis económica instalándose en los hogares y el descontento de los europeos creciendo.

Basta que un país rechace la ratificación para que el nuevo tratado europeo, que pretende mejorar el funcionamiento de la Unión ampliada, no pueda entrar en vigor. Ésta es la primera consecuencia concreta de lo ocurrido en Irlanda.

Las reformas internas que la UE persigue desde hace más de un lustro, con el fin de agilizar sus mecanismos de decisión y aumentar su peso e influencia en el mundo, tendrán que seguir esperando.

Pero todavía es pronto para certificar la muerte del Tratado de Lisboa, heredero de la malograda Constitución europea, como se han apresurado a hacer algunos militantes del "no" dentro y fuera de Irlanda. en este sentido, los gobiernos del Reino Unido y la República Checa, y en menor medida a Suecia y Dinamarca, están sujetos a fuertes presiones internas de una población muy euroescéptica.

Si estos países optan por suspender la ratificación parlamentaria, el Tratado de Lisboa sí que habrá muerto y la crisis será entonces muy profunda.

La clave la tiene Gordon Brown. Sobre el "premier" británico van a arreciar las presiones para que convoque un referéndum o suspenda la ratificación, ahora que los vecinos irlandeses han rechazado el tratado.

El presidente de turno de la Unión, el primer ministro esloveno Janez Jansa, ha recordado que "no es la primera vez" que un tratado europeo ha de hacer frente al rechazo de la ciudadanía y que la UE siempre ha terminado por encontrar una solución.