El neoconservadurismo ha evolucionado hacia algo que ya no puedo seguir apoyando". Así de rotundas son las distancias que marca el politólogo estadounidense Francis Fukuyama -el polémico padre del final de la Historia- con el grupo que ha venido guiando el rumbo de la Administración Bush hasta que el desastre de la guerra de Irak ha desencadenado su caída en desgracia. Fukuyama expone sus críticas radicales a la política exterior de EE UU en un libro que acaba de aparecer en el mercado anglosajón, "América en la encrucijada", en el que explica cuáles han sido los grandes errores conceptuales de los "neocons". El mayor, estimar que la causa del terrorismo yihadista es la falta de democracia en Oriente Medio y que ésta puede imponerse por las armas.

Francis Fukuyama, el politólogo estadounidense que levantó ampollas al anunciar en 1992 que tras la caída del muro de Berlín se había llegado al final de la Historia, ha sido uno de los teóricos que con más ímpetu ha apoyado a los neoconservadores que desde 2001 ocupan la Casa Blanca.

Sin embargo, el infernal fiasco de la guerra de Irak y la caída en desgracia de los cabezas de fila "neocons" alojados en los despachos del Pentágono -Wolfowitz, Feith, Perle- le han movido a tomar públicas distancias frente al grupo. El acta de defunción del noviazgo es un libro recién editado en el mundo anglosajón, "Después de los ``neocons´´: América en la encrucijada". Sus líneas generales han sido expuestas por Fukuyama en la prensa británica y estadounidense en un artículo titulado "El neoconservadurismo ha evolucionado hacia algo que ya no puedo seguir apoyando".

Difundida en vísperas del tercer aniversario de la invasión de Irak (20 de marzo), la síntesis de Fukuyama se inicia admitiendo que el juicio de la Historia no será favorable al ataque militar al régimen de Saddam Hussein y tampoco a una de las ideas que lo justificó: la necesidad de democratizar Irak y Oriente Medio por las armas.

Fukuyama consideraría una "enorme tragedia" que el desastre iraquí causase un repliegue de EE UU sobre sí mismo, ya que su poder e influencia, sostiene, han sido capitales para extender la democracia por el planeta. A su juicio, el error "neocon" no han sido los fines, sino los "hipermilitarizados" medios empleados para tratar de alcanzarlos.

Se pregunta Fukuyama cómo han llegado los "neocons" a rebasar sus posibilidades hasta acabar poniendo en peligro sus propios objetivos. Cómo pudo ocurrir, se interroga, que decidiesen que las raíces últimas del terrorismo están en la falta de democracia en Oriente Medio, que EE UU era capaz de resolver el problema y que la democracia se instalaría en Irak rápidamente y sin traumas.

El final de la guerra fría

Para el pensador, la explicación se halla en la forma en que acabó la guerra fría, que modeló el pensamiento "neocon" respecto a Irak en dos aspectos. En primer lugar, haciéndoles creer que todos los regímenes totalitarios estaban podridos, por lo que caerían con un empujoncito. Esto explicaría la falta de planes adecuados para enfrentarse a la insurgencia aparecida tras el derrocamiento de Saddam. También les hizo creer que la democracia florecería sin dificultades en Irak, ignorando que sería preciso un largo proceso de reformas y construcción de instituciones. Es aquí donde Fukuyama lanza el dardo de su hastío: "El neoconservadurismo, como símbolo político y cuerpo de doctrina, ha evolucionado hacia algo que ya no puedo seguir apoyando".

Los errores no acaban aquí. Para el politólogo, la Administración Bush y la camarilla neoconservadora minusvaloraron la reacción mundial al uso del poderío de EE UU. Fukuyama admite que la guerra fría está repleta de episodios en los que Washington actuó primero y sólo después buscó la legitimación de sus actos y el apoyo de sus aliados. Ahora bien, precisa, la posguerra fría significó un cambio de las políticas mundiales y, en estas nuevas condiciones, ese tipo de ejercicio del poder ha sido visto con ojos mucho peores por los aliados de EE UU.

No obstante, este cambio de punto de vista de los aliados no fue percibido por los "neocons", quienes pensaron que, tras la extinción de la URSS, EE UU podía ejercer una "hegemonía benevolente" sobre el planeta, resolviendo problemas como el de los "estados canallas" dotados de armas de destrucción masiva a medida que fueran apareciendo.

Sin embargo, prosigue, mucho antes del inicio de la guerra de Irak ya se habían producido señales de que la relación de EE UU con el mundo había cambiado: la falta de equilibrio entre las potencias se había disparado y EE UU superaba al resto del mundo en todas las dimensiones de poder por un margen sin precedentes.

Pero esto no era todo. Había más razones por las que el mundo no estaba dispuesto a admitir lo que Fukuyama insiste en calificar de "hegemonía benevolente". En primer lugar, no se aceptó la premisa de que EE UU era un país más virtuoso que otros, lo que, a ojos de Washington, le facultaba para usar su poderío allí donde otras potencias no podían hacerlo.

En segundo lugar, había un problema de carácter doméstico: aunque muchos estadounidenses estaban dispuestos a que se hiciera lo necesario para reconstruir Irak con éxito, el curso de los acontecimientos tras la invasión disminuyó sus ganas de emprender nuevas intervenciones de alto coste. Los americanos, sentencia Fukuyama, no tienen un corazón imperial.

Por último, la hegemonía benevolente presupone que la potencia hegemónica no sólo tiene buenas intenciones sino que, además, es competente. Muchas de las críticas europeas a la intervención en Irak estaban basadas, más que en la falta de autorización de la ONU, en el convencimiento de que EE UU no esgrimió razones convincentes para la invasión y, además, no sabía lo que estaba haciendo al intentar democratizar ese país. "Desgraciadamente, estas críticas fueron del todo clarividentes", sentencia Fukuyama, para quien el principal error de juicio de Bush fue subestimar la amenaza que representaba el islamismo radical.

Una vez establecidos estos diagnósticos, Fukuyama avanza vías para reformular la política exterior de EE UU, "ahora que el momento de los neoconservadores parece haber pasado". En primer lugar, hay que desmilitarizar lo que Washington ha llamado "guerra antiterrorista global". EE UU, recuerda, está librando guerras, que necesita ganar, contra los insurgentes de Afganistán e Irak y contra el yihadismo internacional. Pero enfrentarse al desafío islamista no requiere una campaña militar sino un combate político para ganarse los corazones y los espíritus de los musulmanes de a pie. A la luz de la revuelta de los suburbios franceses y de la violencia desatada por las caricaturas de Mahoma, Europa será un escenario capital de ese combate.

Llegados a este punto, Fukuyama formula una de sus principales discrepancias con la doctrina estratégica de los neoconservadores y propugna una vuelta al multilateralismo, renegando de las coaliciones coyunturales para acciones concretas tan queridas a Bush. "El mundo carece de instituciones internacionales efectivas que confieran legitimidad a las acciones colectivas", afirma.

Esto no le impide compartir las críticas "neocons" hacia la ONU, a la que juzga útil para algunas operaciones de mantenimiento de la paz y reconstrucción nacional, pero a la que achaca un déficit de legitimidad democrática y de efectividad para resolver graves crisis de seguridad. ¿La solución? Promover un "mundo multi-multilateral" en el que se superpongan instituciones internacionales de carácter regional y sectorial.

Fukuyama reflexiona sobre el papel de la promoción de la democracia en la política exterior de EE UU y señala que la peor herencia que podría dejar la guerra de Irak sería una violenta reacción anticonservadora en la que se uniesen un brusco giro aislacionista y una política de "realismo cínico" que alinease a Washington con regímenes autoritarios amistosos. Lo adecuado sería, opina, una política de "wilsonianismo" guiada por un realismo que los "neocons" han perdido de vista. En otras palabras, extender la democracia sin olvidar la realidad de los países afectados.

Amenaza yihadista

Sobre la amenaza yihadista, no caben dudas para el profesor de la Johns Hopkins University: la solución no es promover la democratización y modernización de Oriente Medio, ya que su caldo de cultivo es la pérdida de identidad en la transición a una sociedad moderna y pluralista. "A más democracia", sostiene, "mayor alienación, radicalización y terrorismo".

Todas estos diagnósticos van dirigidos a una Administración que se aleja de la herencia política del primer mandato presidencial (2001-05). Es lo que los analistas caracterizan como relevo de los "neocons" por los "realcons", que el politólogo ve plasmado en la cautelosa aproximación multilateral a los programas nucleares de Irán y Corea del Norte. No obstante, advierte, el legado del primer mandato ha sido tan polarizador que ha vuelto difícil el debate razonado sobre cómo equilibrar ideales e intereses en EE UU.

"Necesitamos nuevas ideas sobre cómo debe relacionarse América con el mundo. Ideas que mantengan la creencia neoconservadora en la universalidad de los derechos humanos, pero desprovistas de sus ilusiones sobre la eficacia del poder y la hegemonía de EE UU para alcanzar esos fines", concluye el antiguo articulista de cabecera de los "neocons".