El chivo expiatorio del "caso Plame"

Teresa Bouza / WASHINGTON

El "caso Plame", o la revelación ilegal de la identidad de una agente de la CIA por parte de la Casa Blanca, tiene ya en Lewis Libby un chivo expiatorio, pero el asunto está lejos de estar resuelto para el Gobierno de George W. Bush.

Karl Rove, mano derecha, principal asesor y el "arquitecto" de las victorias electorales de Bush, sigue siendo investigado, bajo la lupa incriminadora del incansable fiscal estadounidense Patrick Fitzgerald.

Bush, que sin duda pasará este fin de semana en la residencia de descanso presidencial de Camp David (Maryland) estudiando estrategias por si el siguiente en caer es Rove, anunció que, a pesar de este escándalo, "continuará adelante".

Eso sí, se declaró "entristecido" por la presentación de cargos contra Libby, que hasta el viernes era el jefe de gabinete del vicepresidente, Dick Cheney. A lo que no aludió es a su preocupación por lo que queda aún por delante.

Pero ahí está. Los analistas, que multiplican sus artículos sobre el caso estos días en los medios de comunicación, estiman que, a pesar de ser importante, la implicación de Libby no es nada en comparación con el revés que podría suponer para la Casa Blanca una acusación formal contra Rove.

Bush y Rove han entablado una de las relaciones más increíbles y poderosas de la historia moderna de la política estadounidense.

El "matrimonio" entre el estratega con tintes maquiavélicos y el presidente "cowboy" (vaquero) se tradujo en una revolución republicana que muchos equiparan a la que tuvo lugar en las filas demócratas en la década de 1930 con el "New Deal" del presidente Franklin D. Roosevelt.

El tándem ha conseguido, entre otras cosas, que la religión tenga una importancia sin precedentes en la política de este país y ha reemplazado cualquier pretensión de aislacionismo en política exterior con la doctrina de la guerra preventiva.

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