Como escribió Argullol, la fascinación del romántico por la naturaleza está relacionada con la doble alma de ésta: se siente atraído, sí, por la promesa de totalidad que cree ver en su seno pero, al mismo tiempo, no está menos atraído -terroríficamente atraído- por la idea de destructividad que la naturaleza lleva consigo".

Con esa referencia básica comenzó ayer en el Club FARO su conferencia sobre "Naufragios, imágenes románticas de desesperación" la profesora de Historia del Arte de la Universidad de Granada, Esperanza Guillén. Presentada por el crítico de arte Carlos López Bernárdez, precisamente de los naufragios y de su presencia protagonista en la pintura como parte del pensamiento estético del romanticismo versó una charla que se nutrió fundamentalmente de imágenes con tal temática de pintores de esos siglos XVIII y XIX como Vernet, Friedrich, Géricault, Delacroix, Turner...

La profesora, buscando el porqué a este presencia protagonista del mar violento ha desarrollado en un reciente trabajo tres líneas de investigación sobre el tema. "La primera -dijo- arranca de Kant y uno de sus textos en la Crítica del Juicio, el ilimitado mar en su cólera, en que se plantea la importancia del sujeto ante la realidad hostil y las razones del goce estético que provoca lo sublime. La segunda línea partió de las relaciones del mar con lo demoníaco y la oscuridad. Dicho de otro modo, lo terrible como principio estético ligado a lo sublime. La tercera y última línea habla del viaje marítimo como metáfora de los peligros que afronta la existencia humana".

Una de las categorías estéticas más difundidas en ese tiempo es, según Guillén, la sublimidad como idea que supera el concepto estético de belleza clásica relacionándose con ideas como dolor y peligro. "La belleza se caracteriza por su placer sereno pero lo sublime provoca un tipo de placer muy diferente, de atracción y repulsión al tiempo, de placer negativo.