Así que, cumpliendo rigurosamente el refrán según el cual quien avisa no es traidor, el señor portavoz del grupo parlamentario del BNG despejó dudas ayer ante la Cámara: si alguna oposición brava puede esperar el señor Touriño no va a estar precisamente en los bancos del PP. Y es que con lo que hizo -o, mejor, lo que dijo- desde la tribuna don Carlos Aymerich respondiendo a la intervención del jefe del ejecutivo gallego le dejó claro que con amigos como ése el señor Emilio Pérez Touriño no va a necesitar enemigos.

Es cierto, desde luego, que su señoría responde al principio establecido desde el primer día según el cual asociación no significa uniformidad, y que tiene la obligación de visualizar que la nacionalista y la socialdemócrata son sensibilidades distintas. Pero no es menos verdad que, más allá de esas monsergas, hay algo que se tiene que suponer -como el valor en la milicia- entre quienes gobiernan juntos: una cierta lealtad, y ayer no pareció que abundase en los bancos del Bloque. Con perdón.

Y que no se molesten los exégetas e interpretadores del lado nacionalista: hay cosas que no se deben hacer en circunstancia alguna, pero menos aún en el primer pleno real -los otros fueron casi de protocolo- del periodo de sesiones que inaugura una época histórica, según la señora presidenta -que por cierto, ya dejó claro quién manda ahí- de la Cámara doña Dolores Villarino. Especialmente si, como fue el caso, en ese pleno comparece a petición propia el jefe del ejecutivo para explicar su debut en el olimpo de la política estatal.

El caso es que, se mire como se mire, lo que ocurrió ayer en el Parlamento instaura una práctica esquizofrénica a la que no sólo habrá de acostumbrarse el PSOE con respecto al Bloque, sino los conselleiros nacionalistas hacia sus diputados y, sobre todo, el público espectador. Pero, francamente, no parece que esa práctica vaya a beneficiar a nadie, y mucho menos a los intereses generales del país, en un momento además de cambio y por tanto especialmente delicado; de ahí que resulte exigible que se medite y se rectifique.

(A quien se lo están poniendo como dicen que le ponían las carambolas al rey Fernando VII es al Partido Popular, que podría convertirse en una especie de oposición bis y jugar así a la institucionalidad simplemente con mantenerse al rebufo de la agresiva dialéctica del señor Aymerich. Cumpliría así dos objetivos: el primero distanciarse del modelo Zaplana/Aceves, que tanto perjuicio parece causarle a la estrategia del señor Rajoy Brey -hasta el punto de que éste ya mandó parar con lo de "desde hoy sólo se habla del futuro"-, y la segunda erosionar a la Xunta bipartita simplemente señalando sus contradicciones. Ello todo suponiendo, naturalmente, que el partido más votado el 19/J consiga dominar sus demonios familiares.

¿No...?