In Memoriam
Pepe, un hombre bueno
El pasado 7 de octubre moría a los 81 años en Seixo (Marín), Pepe Fernández Costa, jefe de máquinas primero, armador brevemente, e inspector de buques después hasta su jubilación

José Jesús Fernández Costa / FdV
Antonio Souto-Iglesias
El pasado 7 de octubre moría a los 81 años en Seixo, Marín, Pepe Fernández Costa, jefe de máquinas primero, armador brevemente, e inspector de buques después hasta su jubilación. Nacido en Meira, de donde era su madre (su padre era de Seixo), de niño le tocó ayudar mucho en casa, en particular a su hermana, que tenía una minusvalía que le impedía prácticamente caminar, y a quién llevaba casi en brazos a la escuela.
Estudió la licenciatura en Máquinas Navales en A Coruña y empezó a navegar en petroleros en varios países, sobre todo en Estados Unidos. Salvó la vida en la explosión de la máquina del Universe Defiance, a consecuencia de una deflagración navegando en condición de lastre (le pilló en su camarote), en la que murieron 9 compañeros. Destacó pronto, ascendiendo a jefe de máquinas, con la máxima confianza del departamento de flota, que lo asignaba a los buques de gestión más complicada. Vio mucho mundo (como muchos de su generación, que traían a las rías gallegas esa amplitud de miras), y aprendió un inglés excelente, muy preciso, que recuerdo impresionó a un investigador italiano al que invité al pueblo hace unos veranos. Hizo el camino inverso a su padre, y se casó en Seixo, apoyando incondicionalmente a su familia, en tierra y desde la distancia cuando embarcado, como les sucede a los hombres de la mar.
A finales de los 80 montó una sociedad con su cuñado Manuel García Ferreira, con la que compraron un buque inglés, el Grampian Admiral, que reconvirtieron a pesquero y para el que disponían de licencia de pesca en Gran Sol. Este barco fue uno de los que bloqueó Reino Unido en el conflicto de la Merchant Shipping Act, que llevó a la ruina a muchas pequeñas empresas gallegas. Siguió un proceso judicial largo que perdió Reino Unido años después, obligado a indemnizar, demasiado tarde en muchos casos, a aquellos armadores. Con 48 años decidió que era momento de intentar quedarse en tierra, y estudió y aprobó las oposiciones para la Inspección de Buques.
Fue asignado para arrancar la Capitanía de Arousa, con destinos posteriores en Vigo, Cangas, Bueu y Marín, donde le llegó la jubilación. Me escribía un buen amigo suyo Inspector de Buques al comunicarle la noticia: «Un profesional sacrificado en su labor. Un hombre honrado y santo. Nos ayudaba a todos, sin soberbia, con humildad y entregaba con satisfacción sus conocimientos. No lo conocí enfadado nunca. Un abrazo fuerte, Pepe. Síguenos ayudando desde El Cielo. A tí te harán caso ahí arriba. Seguro que ya les estarás arreglando y mejorando sus máquinas».
*Antonio Souto-Iglesias es ingeniero Naval, catedrático de Universidad y presidente de la CIAIM
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